El Partido Comunista Mexicano (PCM) cumple 100 años. Hay el riesgo de convertirlo en un ritual de melancolía, de nostalgia y de confundir los datos de identidad de una pequeña comunidad muy encerrada con la historia del partido y de su contribución a la historia general del país. Nadie es dueño de sus aportes. Todos sus militantes somos responsables de sus errores.
Hay muchos elementos, momentos, recuerdos de cariño, de solidaridad, de vínculos muy fuertes. Pero también de momentos y personajes muy contradictorios que eran capaces de dar todo, su propia vida, su libertad, pero también de sentenciar, de juzgar y considerar a todos los que pensaban diferente, como herejes.
La ambigüedad de la ideología del Estado mexicano confundió al PCM. El Estado mexicano promovía la pintura mural comunista y al mismo tiempo fomentaba un “capitalismo salvaje”, era capaz de reprimir a los trabajadores e imponer salarios miserables dando todo su apoyo a una burguesía corrompida e ineficaz.
La expropiación del petróleo, la creación de Pemex y el cardenismo en general llevaron a algunos a considerar al Estado en México como una especie de árbitro. Lo veían como un Estado bonapartista que tenía la posibilidad de ser una balanza que podría inclinarse hacia los intereses de los trabajadores, del proletariado. Incluso para Vicente Lombardo Toledano y para algunos ideólogos trotskistas, maoístas y nacionalistas la vía mexicana al socialismo era continuar la Revolución mexicana. Una aportación del PCM, en su XIII Congreso, fue romper con esa ideología. Después, algunos de sus dirigentes volvieron a adoptar esta ideología en el Partido de la Revolución Democrática y ahora en Morena, contribuyendo a impedir que, como decía José Revueltas, el proletariado tenga su propia cabeza.
El partido comunista fue un promotor muy importante de los sindicatos de las grandes ramas (minería, electricidad, ferrocarril) y gremios como el de maestros y otros. Pero finalmente, por su propia voluntad, cedió espacios a los charros. Estos líderes fueron llamados así porque son usados por los patrones y el Estado, montados en las espaldas de los trabajadores.
A un siglo de haber sido construido y a casi 38 años de haber desaparecido, el Partido Comunista Mexicano es motivo de una reflexión, una celebración crítica, no religiosa. Se requiere preguntarse por qué fracasó. En ese fracaso cuánto y cómo tuvo que ver la crisis y las desaparición del socialismo soviético. Qué tanto fue por errores propios, qué tanto por la represión del Estado. Por qué se produjo la conversión de muchos miembros de aquellos años en burócratas de Estado. A ese partido comunista real, no al imaginario, es al que hay que estudiar para superarlo.
Ante la hegemonía de liderazgos demagógicos a escala nacional e internacional, es momento de examinar —sin ninguna reserva mental, como decía Palmiro Togliatti— cómo construir un camino nuevo. Esto para no convertir la palabra comunista en una proclama tan abstracta e inofensiva que la convierta en coartada para legitimar a un gobierno que aplica una política contraria a los trabajadores, aliado a los principales grupos de poder económico, político e incluso religioso. Sin una revisión crítica del PCM, no tendremos cabeza del proletariado. Solo así tendrá sentido recordar su fundación.
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