Contra la lectura

Ciudad de México /

Las personas que leen un libro padecen “una especie de adicción, de trance similar al de una borrachera; leen para poder pensar en algo”. “Mucho leer embota de modo lamentable la cabeza”. 

A estas sentencias, que parecen dichas por un salvaje que está a punto de quemar una biblioteca, hay que añadir otra: “estar sentado el menor tiempo posible; no dar crédito a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre (….) ningún pensamiento en el cual no celebren una fiesta también los músculos”. 

Estas sentencias, no propiamente contra el acto de leer sino contra el leer mucho, fueron escritas por el filósofo Friedrich Nietzsche que, a pesar de sus filípicas contra los lectores, cargaba con 104 kilos de libros cuando se mudaba de casa y era un usuario frecuente, según puede comprobarse en los registros, de las bibliotecas de las ciudades en las que vivía. 

Nietzsche recomendaba no leer mucho. Juan Carlos Bautista

A Nietzsche le parecía que tenía poca gracia razonar a partir de las ideas de los otros que aparecen en los libros, era un entusiasta del genius y un furioso detractor del doctus, veía en los libros que tenía abiertos sobre su mesa de trabajo “tenazas que esterilizan el nervio del pensamiento autónomo”. 

A esta idea de que leer mucho impide pensar por cuenta propia, hay que sumar su aversión por los eruditos, por la élite doctoral que dicta cátedra permanentemente; se quejaba de que la ilustración “desprecia el instinto, cree sólo en razones”, y de las novelas de Mark Twain decía que le gustaban más “esas tonterías que las cosas sesudas de los alemanes”, a los que, por cierto, respetaba por haber inventado la pólvora pero, decía, “volvieron a errar, inventaron la prensa”, los periódicos y las revistas en los que el filósofo veía una fuente de corrupción. 

Nietzsche despreciaba la inteligencia libresca porque confiaba en su genio, leía muy lentamente y recomendaba rumiar y masticar el texto, agregarle a lo escrito por otro la propia saliva, hacerlo suyo, recrearlo para, a partir de esa nueva configuración, inventar una cosa genial. Era un devoto de aquel principio de Emerson: “hay que ser inventor para leer como es debido”.

  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
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