Huyendo del acoso del FBI Timothy Leary y sus discípulos viajaron al país que, según sus cálculos, estaba por convertirse, ese año de 1963, en el “primer país productor de fármacos psicodélicos a gran escala”: México.
Sus cálculos estaban basados en la cantidad de laboratorios estadunidenses y suizos que fabricaban aquí anfetaminas y estupefacientes y, por otra parte, en la nebulosidad de nuestro sistema legal. Así que Leary alquiló durante ese verano el hotel Catalina en Zihuatanejo y lo metamorfoseó en el Hotel Nirvana.
A sus degustaciones de LSD se inscribían personajes del calibre de Allen Ginsberg, Jack Nicholson, Stanley Kubrik o John Lennon, por señalar a cuatro muy vistosos, más psiquiatras, intelectuales y jóvenes entusiastas mexicanos.
El Hotel Nirvana funcionó de maravilla durante varias semanas, el precio incluía habitación, comidas y una sesión diaria de LSD conducida por Leary, que ya entonces era el gran gurú de los viajes interiores. “Nadie quería irse de ahí. Tipos que iban por una semana o dos empezaron a apuntarse para todo el verano”, escribe Leary en su autobiografía (Flashbacks).
La fama instantánea de aquel hotel desamarró un boom noticioso que acabó inquietando a un agente de la Policía Federal, de nombre Jorge García, que llegó frente a Leary y, sin dejar de secarse con un paliacate el sudor que le corría por el cuello, le comunicó que iba a clausurarle el hotel por estar “enturbiando el nombre de México” y, acto seguido, lo hizo responsable de un cadáver que había aparecido a 150 kilómetros de ahí. El escándalo se multiplicó y el Hotel Nirvana apareció al día siguiente en la prensa mexicana como un garito donde los estudiantes de Harvard efectuaban “orgías de drogas y magia negra”. El pacífico Timothy Leary se quedó sin hotel y fue expulsado de México, pero antes de marcharse recibió esta propuesta del agente García: “Mi hermano es gobernador de Michoacán. Deje que le cierren aquí y después se viene a mi estado y abrimos dos o tres hoteles como este y cobramos como un hotel de Acapulco, dos mil dólares al mes. No le molesta ser rico ¿verdad?”