Michelangelo Merisi da Caravaggio, quien pintó el cuadro Baco —que aquí aparece—, el cual podría ser, pero no es, un autorretrato, nació milanés el 29 de septiembre de 1571, y moriría, pero no para la gran historia del arte, en Porto Ercole el 18 de julio de 1610, gustaba de vivir en bajos rumbos, entre rufianes, padrotes, rameras, mendigos y criminales de toda laya. En Roma, en Nápoles, en Malta, en Sicilia, lugares que recorrió en una vida no muy larga pero sí muy rica en aventuras y fechorías (una de éstas el asesinato), sería no más que un truhán cualquiera… si no hubiera sido, sobre todo, un gran artista de la pintura. En esta carrera, que acaso no le ocupaba más tiempo que la otra, la pícara y delictuosa, comenzó cuando pincelaba lienzos en los que tomaba de vivientes modelos a “gente de baja condición”, es decir, aquella con la que, tierna aunque quizá algo irónicamente, solía convivir.
Al comienzo de su carrera hacia la fama, Caravaggio, poco amigo de caravanear ante la burguesía italiana, había escandalizado al señorío de dizque alta cultura pintando la humanidad de la pobretería, del hampa y del burdel, y así se conquistaba el deseado desprecio de los burgueses cultos, a quienes su naturalismo vigoroso y la elección de los temas les parecía que “eso” era sucio e indigno de ser “inmortalizado” por el arte. Como dice el historiador cultural Elías Mudbrydge: “en lugar de elegir bellas personas elegantes para pintar sus cuadros con motivos que debieran, en principio principesco, ser sublimes, prefería escoger a sus modelos de entre el pueblo: prostitutas, chicos de la calle o mendigos posaron a menudo para los personajes de sus cuadros. Para La flagelación de Jesús compuso una coreografía de cuerpos en claroscuro con un Cristo en movimiento de total abandono y de una belleza sensual. En el San Juan Bautista con el carnero, muestra a un jovenzuelo en postura lasciva (se decía que el modelo era uno de sus amantes). La muerte de la Virgen María la presenta con el vientre hinchado —acompañado de sulfurosos rumores según los cuales el modelo habría sido el cadáver de una prostituta encinta…”.
La Iglesia metió fuerte y solemne voz en el asunto, y Caravaggio se vio ante la desoladora situación de que no le encargaban o compraban obras, y quizá para seguir con su tren de vida recurrió al hurto y la estafa como oficios suplementarios. Y llegó su culminación delincuencial: el asesinato. En 1606 mató a un hombre durante una reyerta a causa de los resultados de un juego de pelota (¿ya había quizá afición al “calcio”?), por lo que huyó de Roma pues las autoridades habían puesto precio a su cabeza. En 1608 se vio envuelto en otra riña, lo que se repitió más tarde en Nápoles hacia 1609, debido posiblemente a un atentado en su contra, realizado por sus enemigos entre los envidiosos pintores rivales, muchos de ellos sus imitadores. Tras estos “incidentes”, su carrera fue decayendo, lo que le ocasionó una depresión que degeneró en su muerte dos años más tarde.
Campeón de la tendencia formal llamada “tenebrismo”, que enfrenta intensamente la luz y la sombra. Aquella, procedente de un solo punto, cae con intensidad sobre un lugar del cuadro y deja lo demás en lo oscuro, destacando dramática, casi teatralmente, el motivo o tema o argumento del mismo. Esta “técnica” la introdujo él en la pintura.
Caravaggio fue famoso como pintor, muy solicitado; a veces fue muy rico y tuvo gran influencia entre sus coetáneos. Pero siglos después esa gloria se eclipsaría ante la de otros pintores de su época como Poussin, Rubens, Rembrandt e incluso Velázquez, si bien todos ellos fueron influidos por él. Y solo fue en el siglo XX cuando se reivindicó el arte barroco italiano y el manierismo, cuando se estudió en serio a Caravaggio. André Berne-Joffroy dijo acerca del artista ahora reconsiderado por la crítica de todo el mundo: “Caravaggio comenzó, con su fuerte y delicado arte, la pintura moderna”.