La columna pasada hice referencia a como las derivaciones del lenguaje se van construyendo con el tiempo, y como -en un acuerdo común entre todos- la comunicación verbal y escrita, en los conglomerados nacionales va evolucionando para expresar significados que luego con las décadas y siglos cambian totalmente su semántica.
Y refería la expresión “marrano” en su significación histórica que fue dada a los judíos sefardíes (ibéricos) que por diversas razones y motivos [obligados por la fuerza, inclusive] tenían que dejar su práctica y fe religiosa hebrea para convertirse en cristianos “nuevos” y poder progresar bajo los cánones sociales de la época.
El día de hoy quiero hablar de algo que he denominado “generismo” y que para mí consiste en llevar la ideología de género al lenguaje, torciendo las reglas básicas del castellano –que son dictaminadas a mi ver con sentido colonizador por la Real Academia de la Lengua Española- pretendiendo lograr una característica purista y homogénea en el uso del lenguaje.
Y hablo de idioma “castellano” porque en España después de la dictadura se destaparon los regionalismos y nacionalismos que obligaron a resucitar las exiguas lenguas que estaban en desuso debido a la imposición franquista. Así revivieron: el gallego, el euskera, el catalán, el valenciano, el aranés, el asturiano; y muchos otros dialectos regionales.
Y utilizo un neologismo propio denominado “generismo” para significar aquella corriente de expresión que trata a toda costa de romper las reglas lingüísticas (algo que podría ser válido si es mayoritariamente reconocido a lo largo de décadas o centurias, dado que así han evolucionado las lenguas utilizadas por los seres humanos) para tratar de visibilizar mediante el lenguaje lo que aducen que está oculto, o en la opacidad.
Y en esta vertiente ideológica de corrientes de pensamiento humano, se ha justificado el uso extremo del femenino alegando la necesidad de dejar de invisibilizar al ser humano denominado mujer con características biológicas y fisiológicas bien definidas distintas al denominado hombre. Igualmente, el uso de la arroba @ para incluir ambos géneros se puso de moda desde hace algunos años, queriendo imponer una nueva regla al uso del idioma.
Desde 2018 existe un interesante video en la página de internet y/o aplicaciones de Youtube subido por COBIPEF Orientación familiar y atención psicológica (Lima, Perú) donde una maestra destroza por arbitraria “la ideología de género y el lenguaje inclusivo, que se nos ha querido imponer”. La versión corta está en la liga https://www.youtube.com/watch?v=8uBEokgfyHc y la versión larga en https://www.youtube.com/watch?v=zakKyh2d6fo&t=121s Este video hizo furor hace seis años y se difundió ampliamente por las distintas redes sociales, destacando las aberraciones en que querían hacernos caer los (las) partidarios (as) de la diferenciación simétrica lingüística para visibilizar a los seres humanos denominados mujeres de los denominados hombres. Luego siguieron otras expresiones diferenciadoras basadas por ejemplo en preferencias sexuales e incluso asexuales.
Aquí el punto para mí, es que el castellano se originó y evolucionó para ser naturalmente inclusivo, para asimilar roles y funciones, no para excluir o diferenciar a nadie. Y aunque las diversas lenguas romances (inglés, francés, portugués, italiano, rumano, etc.) pueden tener sus propios elementos de diferenciación o asimilación, el caso es que buscar la “feminización” de las palabras –sustantivos, principalmente-, que pueden ser utilizados para denominar una actividad o cargo, observamos que algunos podrían ser perfectamente diferenciables, pero otros no.
Y la maestra aludida por sus videos (de la cual desconozco su nombre) nos habla de las palabras abogado y abogada, arquitecta y arquitecto, que perfectamente encajan dentro de una delimitación de genero para el singular, pero cuando se convierten al plural, muchas veces es innecesaria su delimitación –en el plural masculino se incluye a todos los mexicanos, a todos los niños, o a todos los seres humanos-. O cuando habla del participio activo que denota capacidad para desarrollar un cargo o una función [caracterización del “ente”], se desliga del carácter masculino o femenino de su practicante. Así nos comenta que, respecto del uso de presidente, cantante, estudiante, adolescente, paciente, comerciante, practicante, etc. que denotan una actividad del “ente”; no se necesita para nada denominar el género de la persona, ya que se caería en el extremo de mencionarlas como “cantantas, estudiantas, adolescentas, pacientas, comerciantas, practicantas”, etc., haciendo un uso arbitrario del lenguaje.
Y yo agregaría entonces que, si hay “presidenta” de la república, ¿los sesenta y seis anteriores hombres, fungieron como “presidentos”? o si hay juezas (referido a mujeres) los hombres que ejercen esta actividad ¿entonces debieron o deben denominarse juezos? Y en el extremo de que haya “generalas” en la actividad castrense, los hombres ¿serán generalos? Pero son solo vicisitudes del idioma.