Disfrutar jugando al futbol, mantener la fama, incrementar la fortuna y vivir en una buena ciudad, son los tesoros que ofrece la MLS a sus grandes estrellas. El modelo funciona porque abajo de ellas hay una base muy sencilla que permite montar equipos modestos de futbol: la distancia entre el salario de Messi, Busquets o Alba y el resto de sus compañeros es tan amplia como su influencia en el juego.
Y así, franquicia por franquicia, la MLS recluta figuras que ganan partidos, pelean campeonatos, venden camisetas, boletos, derechos y licencias mientras los futbolistas de segundo, tercero y cuarto nivel, sostienen el escenario.
Hay quien todavía sigue creyendo que el crecimiento de la MLS radica en el estampado de nombres como los Messi, los Busquets o los Alba, esta solo es la parte más visible del éxito y también la más costosa; su verdadero crecimiento está en la cultura deportiva, física y mental cada vez más diversa que ofrecen los Smith, los García, los D’Agostino, los O’Connor, los McMillan, los Pavlovic, los Petrov, los Mansouri, los Lefebvre, los Adekunle, los Mohamed, los Jung, los Haddad, los Papadopoulos, los Fischer, los Van Dijk, los Johnson, los Pérez y los Williams que año con año son mejores jugadores, más competitivos y populares.
La riqueza de la MLS no está en sus contratos millonarios, sino en su valiosa diversidad y su profunda composición social provocada por el fenómeno migratorio que a través del tiempo encontró en el futbol como en ningún otro deporte, un vínculo, un amigo, un intérprete, un lenguaje, un símbolo, un compañero de viaje y una bandera para personas de múltiples nacionalidades.
El mayor acierto de la Leagues Cup ha sido templar el nivel de ambas Ligas dentro de una competencia regular, es decir: con calendarios, grupos, presión deportiva y tensión competitiva para saber dónde está nuestro futbol hoy, y hacia dónde irá su soccer mañana.