En todo acuerdo puede haber desacuerdos y por eso se crean los mecanismos para solventar posibles discrepancias por interpretaciones erróneas a la hora de aplicar lo convenido.
El T-MEC, sucesor del Tlcan es con mucho el primero, el principal y el mejor acuerdo comercial negociado por México a instancias de Carlos Salinas de Gortari, denostado por muchos y reconocido por muy pocos y que entró en vigor en 1994 contra viento y marea, un año muy complejo para nuestro país por el final inesperado de la administración salinista.
Como sea, el Tlcan llevó a niveles nunca imaginados a la actividad económica de México durante casi 26 años, empujó a cifras récord las exportaciones, la inversión extranjera y el empleo entre otros factores que dinamizaron la economía nacional y de Norteamérica en su conjunto.
T-MEC fue el resultado de una revisión obligada para actualizar muchas disciplinas y es un buen acuerdo para los tres países considerando que estaba Donald Trump en la presidencia de los Estados Unidos, y, sobre todo, que estaba entrando una nueva administración en México de corte socialistoide que, sin embargo, participó en el cierre de la negociación y avaló el acuerdo que luego sería aprobado por el Senado de mayoría afín al presidente en turno.
Ese mismo presidente que dio luz verde al acuerdo es el mismo que ahora desconoce lo que firmó y en un ejercicio de politiquería, que no económico, se desdice y anuncia que en pleno Grito de Independencia fijará postura en relación con las desavenencias en el tema energético. Nadie que tenga un conocimiento real de los alcances de lo acordado apuesta a que México tenga la razón. Las pláticas ya iniciaron y hay un panel en puerta y después vendrá el fallo. Nos esperan tiempos difíciles, sin duda.