El inicio del año brinda una oportunidad para reflexionar sobre nuestras metas y objetivos. Para alcanzarlos es imperativo que las familias y empresas planeen adecuadamente, lo que incluye considerar el probable desempeño de la economía. Esto repercutirá en las oportunidades de empleo, la conveniencia de obtener un préstamo, establecer o expandir un negocio, entre muchas otras decisiones. Con ello en mente, en este artículo expondré, a grandes rasgos, el estado y expectativas para la economía mexicana en 2024.
En primer lugar, la economía mundial y México tuvieron un mejor desempeño al esperado en 2023. A principios del año pasado, el temor se centraba en el impacto que tendrían los fuertes aumentos en los precios de bienes y servicios, con los bancos centrales subiendo las tasas de interés para contrarrestarlos. La evidencia empírica y la teoría económica sugerirían que dichos incrementos debieron traducirse en una contracción de la economía. Las buenas noticias han sido que la inflación continuó cediendo y que la recesión no se materializó.
No obstante, los riesgos permanecen, entre los que resaltan para este año los de tipo geopolítico. Además de conflictos y tensiones en otras latitudes que podrían afectarnos indirectamente, de acuerdo con la revista Time, más de 60 países –que suman cerca de 50% de la población mundial– llevarán a cabo elecciones este año. Esto incluye a Estados Unidos y México.
Los resultados y sus posibles implicaciones son importantes ya que pueden inducir cambios en: (1) Las decisiones de inversión de los empresarios; (2) el ingreso, consumo y ahorro de las familias; (3) el sentimiento general sobre el clima de negocios; y (4) las políticas públicas destinadas a distintos sectores de la población. Con ello, la incertidumbre inherente a estos procesos puede repercutir en el total de la producción, las oportunidades económicas y los niveles de bienestar.
En mi opinión, la economía mexicana está preparada para enfrentar este entorno. Estimo que la actividad, medida a través del PIB, seguirá creciendo. No obstante, es probable que sea a un ritmo más moderado, desde cerca de 3.3% en 2023 a 2.4% en 2024. Del lado negativo, es muy factible que la economía de Estados Unidos se desacelere, aunque no caerá en recesión. Esto afectaría a la industria manufacturera –y actividades relacionadas, como los servicios de transporte de carga–, el turismo e inclusive el flujo de remesas.
Las elevadas tasas de interés podrían repercutir en el consumo, sobre todo de bienes que comúnmente se compran a crédito debido a que los costos de financiamiento han aumentado con fuerza. Por el contrario, resaltan dos motores que podrían ayudar a contrarrestar esta situación. El primero es que el gasto gubernamental aumentará cerca de $500,000 millones relativo al año pasado, lo que equivale a 1.5% del PIB. Considero que su efecto será más visible en el consumo privado ya que buena parte de estos recursos se destinará a programas sociales.
El segundo es el impulso a la inversión proveniente de la relocalización de empresas, conocido con ‘nearshoring’. La llegada de nuevas empresas es una oportunidad histórica para dinamizar la inversión, agregando fortaleza a la economía en su conjunto. La evidencia apunta a que este fenómeno se aceleró en 2023 y que seguirá ayudando a la economía en los próximos años.
En conclusión, este año probablemente estará caracterizado por un menor dinamismo, aunque el crecimiento continuará. Existen otros retos pendientes y los posibles efectos negativos de la incertidumbre. A pesar de lo anterior, opino que los vientos a favor que se vislumbran serán más fuertes que los riesgos inmediatos que la economía nacional tendrá que enfrentar.