Sólo un escritor con los tamaños de alguien como Tom Wolfe (Virginia, 1931) se atrevería a sacudir de raíz el orden social imperante en Miami. Y es que solemos regodearnos en libros y películas que muestran la manera en que los norteamericanos maltratan a los migrantes. Nadie niega que se trate de la mayoría de los casos, pero en esta ciudad de Florida las cosas han marchado de manera distinta, pues las implicaciones políticas estimularon el asentamiento de gran cantidad de cubanos que salen huyendo de la dictadura castrista.
De entrada, el protagonista de la reciente novela del padre del Nuevo Periodismo es un hombre mayor, blanco, anglosajón y protestante que se ve en la necesidad de mudarse desde la fría Chicago para dirigir a un importante periódico local. Una vez instalado se da cuenta que gente como él son la inmensa minoría y de plano no se halla.
Así es como explica el también autor de la genial “La hoguera de las vanidades” la forma en que la población se reparte: “¿Quién lo hubiera dicho? ¿Y acaso un sector de esa inmigración, el cubano, tenía el control político de la ciudad: alcalde cubano, jefes de departamento cubanos, polis cubanos, polis cubanos y más polis cubanos, cubanos el sesenta por ciento del cuerpo más un diez por ciento de otros latinos, dieciocho por ciento de negros norteamericanos y sólo un doce por ciento de anglos? ¿Y no podía desglosarse la población más o menos de la misma forma...? Hmmm..., interesante, no cabe duda..., sea lo que sea lo que signifique «anglos». ¿Y ocupaban los cubanos y otros latinos una posición tan dominante que el Herald hubo de crear una edición en español enteramente aparte, El Nuevo Herald, con su propia plantilla cubana, para reducir los riesgos al mínimo...?”.
A los ochenta años de edad, Wolfe muestra una lucidez envidiable y una capacidad de observación y análisis tan afiladas como en sus años de juventud y madurez. Es una máquina de narrar a la que no se le escapa el menor detalle. Como puede observarse en el siguiente pasaje cuando un par de chicas frondosas se cruzan delante del auto de lujo del veterano y conservador periodista que detona apenas el comienzo de la novela: “Ed no podía quitarles la vista de encima. Eran latinas -y aun siendo incapaz de explicar por qué lo sabía, tampoco ignoraba que latina y latino eran términos españoles que sólo existían en Estados Unidos-, sí, eran unas horteras, de acuerdo, pero la ironía de Mack no cambiaba las cosas. ¿Atractivas? ¡«Atractivas» apenas empezaba a describir las sensaciones que le producían! ¡Esas largas y tiernas piernas de las dos chicas! ¡Esos shorts tan breves y menuditos! Tanto, que podían quitárselos de un tirón. En un momento podrían quedarse con los pequeños y suculentos lomos al aire, dejando al descubierto las pequeñas y perfectas magdalenas de las nalgas... ¡sólo para él! ¡Y eso era evidentemente lo que querían! ¡Sentía cómo esa tumescencia para la que viven los hombres se insinuaba bajo los ajustados calzoncillos blancos!”.
Con la agudeza que le brindan veteranía e inteligencia, un escritor sobrado de recursos plantea las tensiones entre los grupos raciales que se detonan con cada acontecimiento socio-político. Aunque sus detractores señalan que su brillo ha ido disminuyendo con los años. ¿Cuántas figuras de su talla siguen activas y con ese nivel?
Lo que pasa es que ha cultivado a un personaje lleno de excentricidades y con posturas radicales que no siempre caen bien, ni a conservadores ni liberales. Lo cierto es que ninguno de sus pronunciamientos pasa inadvertido y mucho menos una novela de largo aliento y polifónica como la que ahora nos ha entregado. No extraña que Thomas Mallon del “The New York Times” escribiera a propósito de “Bloody Miami”: “Los novelistas americanos, a menudo atrapados en los dramas íntimos más triviales, siguen necesitando a Tom Wolfe al frente de su equipo”.
Su crítica sigue calando hondo, para muchos gringos es igual a que se diera un balazo en el píe o mordiera la mano que le da de comer, pero a nosotros como mexicanos nos enseña a mirar e interpretar los acontecimientos desde un punto de vista radicalmente diferente al nuestro.
Claro que no faltarán los que se muestren congratulados con esta re-conquista. La comunidad latinoamericana ha hecho de este asentamiento una ensalada tropical llena de sabor; no en vano es un sitio que se identifica con Celia Cruz, Olga Tañón, Albita, Los Estefan, Daisy Fuentes, Paulina Rubio, Sofía Vergara y otras tantas luminarias del mundo del espectáculo (más todo tipo de millonarios de dudosa procedencia).
Tenemos que tomar en cuenta que Wolfe ha señalado –y con razón entera- que Miami es la única ciudad de América: “donde una población venida de otro país, de otra cultura, con otra lengua, se ha hecho dueña del territorio en sólo una generación, y lo demuestra en las urnas, y en el posterior ejercicio del poder”.
“Bloody Miami” no hace sino exhibir las contradicciones y exageraciones de la capitalista Norteamérica, con sus yates gigantes, fiestas de alberca y ferias de arte para nuevos ricos. ¿Qué espera para comenzar a leerla?