A Horax
Premio Estatal de Periodismo.
Si nos avocamos a encontrar en el deseo y en el sueño, a la manera de lo que buscaba Josep Carner, poeta catalán venido a nuestra tierra mexicana con el exilio español por la Guerra Civil, que vivió entre 1938 y 1945 con nosotros, encontraremos por “una única vez” a quien decidió escribir en lengua castellana en 1943 “una obra de teatro poético (…) Misterio de Quanaxhuata, situada en el México precolombino y basada en una leyenda religiosa de los otomíes, precisamente, de las montañas del Estado de Guanajuato.
Sus dos protagonistas son dos viejos amigos, «el tocado» —con plumas— y «el desgreñado», aunque quizás las verdaderas protagonistas son las montañas guanajuatenses, especialmente unas cimas con apariencia de sapo, deificadas por los habitantes de las zonas, en una historia de luchas y amores que transcurre, pausada, llena de imágenes poéticas.
La versión catalana, nos relata Josep Bargalló, publicada en 1951, Carner la tituló El ben cofat i l’altre (El bien tocado y el otro), y más que una simple traducción, es una obra nueva, rescrita.
La edición de esta pieza dramatúrgica en español no fue bien aceptada por todos los compañeros de exilio de Carner. Algunos le acusaron de haber renunciado a su idioma. Todo lo contrario: era su manera de agradecer la hospitalidad del país que lo había acogido, hablar de él en su lengua.
Esta voluntad de homenaje consciente a México del Misterio de Quanaxhuata lo reafirmó la esposa de Carner, la poeta e intelectual belga Émilie Noulet, que lo acompañó en su exilio, en el prólogo a la traducción francesa de la obra, L’ebouriffé, publicada en 1963 por la prestigiosa editorial Gallimard y traducida del español por ella misma y Roger Caillois. De este sentimiento mexicano de Carner, nos dejó testimonio otro compañero de exilio, nuestro Pere Calders, autor de una biografía humana del poeta”.
De aquella sensible humanidad del poeta Josep Carner nos dejó para la historia su gran aportación literaria que, a 80 años de ver la luz, El Misterio de Guanajuato pervive con el ánimo de que sea desvelado por los lectores primero y, después, por los espectadores que, seguro reconocerán más y mejor nuestra historia de cómo llegamos de las montañas a este Valle de la Mentefactura desde aquel raigambre originario otomite pasando por la estadía española, negra, amarilla, hasta llegar al mestizaje somático y cultural en el Bajío.
Por ello, a 200 años de habernos constituido como Estado, en Guanajuato, seguimos portando la antorcha del nuevo mensaje a la humanidad, siempre con sentido de cultura universal. Bien lo dijo Antonio Pompa y Pompa: “Ser hombre del Bajío significa ser mexicano auténtico”.