Fervor de Amado Nervo en ocasión de su Centenario luctuoso

Ciudad de México /

Como cualquier niño en México, que acude a la educación pública, supe del poema a los Niños Héroes de Chapultepec del ferviente poeta: “Como renuevos cuyos aliños un viento helado marchita en flor, así cayeron los héroes niños ante las balas del invasor”.

Versos que pudimos leer con claridad junto con el nombre del autor “A. Nervo” en el Monumento a los Niños Héroes adjunto al Arco de la Calzada en nuestra ciudad y que no sabemos qué autoridad ha borrado ni por qué.

Y qué decir de la nostálgica calle Amado Nervo por el rumbo del Barrio de la Llamarada donde uno, cuando pasa, siempre se apresta a decir:

Dios mío, yo te ofrezco mi dolor:
es todo lo que puedo ya ofrecerte…
Tú me diste un amor, un solo amor,
un gran amor…
                     Me lo robó la muerte…

* * *

En su estancia en Madrid, Alfonso Reyes escribió hace un siglo el siguiente fervor:

“Cuando Amado Nervo murió, era ya completamente feliz. Había renunciado a casi todas las ambiciones que turban la serenidad del pobre y del rico. Como ya no era joven, había dominado esa ansia de perfeccionamiento continuo que es la melancolía secreta de la juventud. Como todavía no era viejo, aún no comenzaba a quedarse atrás, y gustaba de todas las sorpresas de los sucesos y los libros: aún amanecía, cotidianamente, con el sol. Estaba en esa edad usual que ya no se ve ni se distingue, cuando ya no duele el sentimiento del yo. Por eso había logrado también dos grandes conquistas. Divertirse mucho con sus propias ideas en las horas de soledad, y divertir mucho a los demás en los ratos de conversación y compañía. Yo nunca lo vi en una reunión (sabe que este santo era también alguien mundano), estoy seguro de que nunca se colocaba en el centro; pero allá, en los rincones del diálogo, ¡qué manera de dominar, de hipnotizar y transportar a su interlocutor como envuelto en una nube de espíritu! ¡Qué felicidad para trasladarnos —hablando— de la tierra a los cielos! Y con todo un secreteo de confesor, y con una decente voluptuosidad de hombre que promete milagros. Su mayor afán era descubrir el mejor camino de la vida y la muerte. Su ángel de la guarda tuvo que combatir y llorar. Hubo que sufrir una adolescencia de misas negras, una primera juventud llena de emociones saturnales. Un largo amor (¡corto!, dice él) vino a redimirlo, aquietándolo. Lo santificó una pérdida irreparable. El bien se abrió paso en su corazón. Un poco de sufrimiento diario —castigo aceptado por su alma católica— era un aviso de paciencia, un ejercicio de virtud. Y cuando al fin el poeta puso en paz con la vida, ¿qué descubrió? Que estaba también en paz con la muerte”.

De allí que surja esta rareza del nombre de Amado Nervo según Rubén Darío:

Amado es la palabra que en querer se concreta,
Nervo, la vibración de los nervios del mal…
Fraile de los suspiros, celeste anacoreta
que tienes, en blancura, la azúcar y la sal…

Y también aquel canto dicho en el límite de los recuerdos comunes:

EN PAZ

Artifex vite, artifex sui.

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;

que, si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales coseché siempre rosas.

…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡más tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

* * *

“Nací en Tepic, pequeña ciudad de la costa del Pacífico, el 27 de agosto de 1870. Mi apellido es Ruiz de Nervo; mi padre lo modificó, encogiéndolo. Se llamaba Amado, y me dio su nombre. Resulté, pues, Amado Nervo; y esto que parecía seudónimo —así lo creyeron muchos en América— y que, en todo caso, era raro, me valió quizá no poco de mi fortuna literaria. ¡Quién sabe cuál habría sido mi suerte con el Ruiz de Nervo ancestral, o si me hubiese llamado Pérez y Pérez!”.

* * *

     MI MÉXICO

Nací de una raza triste,
de un país sin unidad
ni ideal ni patriotismo;
mi optimismo
es tan sólo voluntad;
obstinación en querer,
con todos mis anhelares,
un México que ha de ser,
a pesar de los pesares,
y que yo ya no he de ver…

     Febrero, 23, de 1915

Así lo pronunció Amado Nervo.

* Editor fundador de Grupo Ochocientos y actual director del Centro de Investigación y Estudios Literarios de León (CIEL-LEÓN).

  • Juan Carlos Porras
  • Editor fundador de Grupo Ochocientos y actual director del Centro de Investigación y Estudios Literarios de León (CIEL-LEÓN).
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