En un ensayo literario de principios de siglo XX (del tomo III de Curiosidades, de R. V. Ugarte, S.J.) “Nueve tesoros que se pierden con la lectura de novelas” que cierra el libro Novelistas malos y buenos del P. Pablo Ladrón de Guevara, S.J., anuncia como “males de lectura de novelas” lo siguiente:
—Se pierde tiempo y dinero.
—Se pierde laboriosidad.
—Se pierde la pureza.
—Se pierde la rectitud de conciencia.
—Se pierde el corazón.
—[hay] pérdida del sentido común de esta vida.
—Se pierde la paz.
—La piedad naufraga por completo en la lectura de novelas.
Ante la advertencia no existe ningún antídoto que contrarreste dichos males. Pero en “El Infierno” (Canto XX) de La Divina comedia, Dante nos propone una aplicación de los males de lectura Nos relata: “(…) Ahora bien lector, si Dios te deja sacar de esta lectura, considera si mis ojos podían permanecer secos al ver de cerca nuestra humana figura tan retorcida que las lágrimas le caían por la espina dorsal”.
En el Canto V de la citada obra, se nos advierte cómo y de dónde surge el mal. Allí aparece Francesca de Rimini “quien le refiere cómo su amor por Paolo, que los ha llevado juntos al infierno, fue espoleado por la lectura de un libro, una novela caballeresca que narraba los amores de Lancelot y la reina de Ginebra, entre quienes actuó como intermediario Galeoto”.
Entonces, la lectura de novelas deriva seguro en muchas de las variantes la conducta humana que, a decir de los psiquiatras no hay orden y sí mucha desventura. En contraposición aparece aquella máxima de Borges: La literatura es orden y aventura.
La superstición nunca ha sido del agrado de los pensadores mágicos y menos de los no lectores, pero ellos se afianzan a la declaración posible de los tesoros que se pierden por leer.
El personaje de una novela, como buen Quijote, busca proceder de la mejor manera para que un escribano testifique lo que hizo y lo dé a conocer públicamente. Por eso insistía hace unas líneas en que la literatura es orden y aventura.
En una novela vale explorar la unanimidad como reconocimiento de participación que nos conduce al deslumbre (y vislumbre) de posibles realidades, pero también de mundos improbables.
Los múltiples escenarios obligan al escritor a utilizar todo como pretexto para recordar su mundo inmediato. Evoca e invoca de manera obligada.
Milan Kundera afirma que el camino de la novela se dibuja como una historia paralela de la Edad Moderna.
Para llegar a esto existe un camino donde: “(…) el novelista será el artista de más poderosa influencia, porque va a presentar, pensar, discutir, analizar y sugerir la conducta humana, iluminándola”.
Por eso conviene leer un libro ya que es como dar una vuelta al mundo sin moverse de casa.
* Editor fundador de Grupo Ochocientos y actual director del Centro de Investigación y Estudios Literarios de León (CIEL-LEÓN).