Lenguaje incluyente

  • Columna de Juan María Naveja Diebold
  • Juan María Naveja Diebold

Ciudad de México /

Por supuesto que tenemos que comentar del tema de moda compañeres. Mi primer encuentro con el lenguaje incluyente fue cuando se empezó a usar el femenino para referirse a los bebés antes de conocer su género. Bebé siempre había sido un sustantivo masculino hasta hace unos años que académicos estadounidenses pusieron de moda enunciarlo en femenino. Lingüísticamente ambos son incorrectos en inglés, un idioma que responde a la falta de género con su plural “they”, en español no funciona el plural y de ahí se formulan las terminaciones en “e” que están causando escándalo, burla y una nueva excusa para sentirse ofendido. 

He abogado por las bondades de los roles de géneros muchas veces en esta columna así que les podrá sorprender leer que simpatizo con quienes eligen identificarse como no binarios, o más precisamente no identificarse como hombres o mujeres. Quizás venga de portar un nombre andrógino toda mi vida, también siempre me ha llamado la canción de Johnny Cash “A boy named Sue”. Me es fácil asimilar que alguien no se sienta cómodo/a/e como mujer u hombre y no le veo un detrimento social a su identidad. Un triángulo no cabe en un hoyo cuadrado, ni redondo, y hay personas que sufren cuando se obligan a conformarse a la identidad de uno de los dos géneros, quizás todos sufrimos en alguna medida por las expectativas y exigencias de nuestro género. 

Río a carcajadas con el video que popularizó el tema hace unas semanas de la persona ofendiéndose cuando alguien más le dice compañera en vez de compañere. Lo chistoso es su explosión ante algo que tan obviamente no ha sido asimilado por prácticamente nadie. Por supuesto, este tipo de incidentes muestran intolerancia de quienes se burlan de la identidad y no el comportamiento de una persona y de quienes se ofenden de una burla bastante bien justificada. No podemos ir por el mundo esperando que haya hoyos triangulares, pentagonales, romboides, hexagonales y de la figura que se nos antoje ser, pero quizás podemos hacer a los circulares y rectangulares más grandes para que todos encontremos un lugar. 

He tenido la circunstancia de tener que usar “they” en inglés para individuos cotidianamente y es difícil, me he tenido que corregir en momentos. En español el impacto es aún mayor por el uso de pronombres y porque todos los sustantivos tienen género. No sé si encuentre permanencia esta idea, pero tampoco me parece dañina. 

Hay tres niveles de prejuicio: juzgar a alguien por quien es, juzgar acciones derivadas de quien es y juzgar solo lo que está bajo su control. Utópicamente no juzgaríamos a nadie, pero es parte de la vida, una herramienta necesaria para nuestra subsistencia, pero debemos hacer lo posible por entender a los demás y tenerles compasión. La meta es tratar a cada persona como quiera ser tratada. 

Estamos viviendo una era en la que los grupos que han sido históricamente discriminados o hechos de menos encuentran su voz, e incluso a veces poder para defenderse.

Sin duda es progreso, pero también se está prestando para sobrecorrecciones y cortesías que dañan el bienestar social común. Tenga permanencia o no, el lenguaje incluyente no es uno de esos casos.


Juan María Naveja 

juanmaria7@gmail.com

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