Hasta ahora, los fuertes aumentos al salario mínimo de los últimos años trajeron beneficios a los trabajadores formales más desfavorecidos sin generar mayor daño colateral. Pero cuidado. Si la productividad no sube en paralelo, más temprano que tarde estos aumentos terminarán causando inflación y pérdida de empleo.
Mi pronóstico puede recordarnos la famosa fábula de Pedro y el lobo, en la que Pedro advirtió en numerosas ocasiones a sus compañeros ovejeros que estaban en peligro, solo para que sus amenazas no se materializaran. Eso ha sucedido con las advertencias sobre los aumentos recientes al salario mínimo.
López Obrador lo incrementó en más de 100% en términos reales y no tuvo mayores consecuencias negativas. Ni la inflación, ni el desempleo se dispararon. Ahora Claudia Sheinbaum logró un aumento de 12% para 2025, consensuado con la iniciativa privada, y se comprometió a llevarlo a 2.5 veces el costo de la canasta básica para el final de su sexenio, lo que implicaría un alza adicional de más de 35%.
Está claro que el salario mínimo requería de ajustes drásticos dada la pérdida de poder adquisitivo que sufrió durante décadas. El problema es que cada vez es más difícil lograrlo sin afectar la inflación y el empleo. Los salarios mínimos no pueden subir a tasas muy superiores a la inflación indefinidamente sin un correspondiente aumento en productividad y esperar que no cause un daño económico.
Como fue evidente, las empresas tenían un colchón para absorber los incrementos sin transferir los mayores costos al consumidor o despedir empleados. Pero ¿hasta cuándo? Llega un punto en el que forzosamente la ley de la gravedad financiera hace efecto (es decir, llega el lobo).
Cada vez son más trabajadores los que reciben el salario mínimo (por el simple hecho de que los aumentos que reciben los trabajadores que menos ganan son mayores a los de los demás), por lo que el impacto en la economía de cualquier incremento se reciente más.
Para las empresas, en particular para las pequeñas, el impacto en costos de los constantes aumentos al salario mínimo necesariamente terminará traduciéndose en una reducción en el número de trabajadores o en un aumento de precios. No hay que olvidar, además, que otros ajustes laborales recientes, como la eliminación del outsourcing y el alza en la cuota patronal para el retiro han presionado las finanzas corporativas. La reducción de la jornada laboral que se discute en el Congreso sería otro golpe.
No hay que engañarnos. El que los aumentos pasados no hayan tenido efectos colaterales nocivos no significa que no los tendrán en el futuro. Si no existiera ese riesgo, ¿por qué entonces el gobierno no sube el salario mínimo 100% de golpe?
La productividad ha estado estancada en México durante años. Sheinbaum tiene que encontrar la manera de detonarla si quiere que su objetivo del salario mínimo no genere un daño a quienes quiere ayudar.