Una conclusión que podemos sacar tanto de la reciente elección presidencial de Estados Unidos como la de México es que, para la mayoría de los votantes la democracia parece ser secundaria.
En ambos casos, las campañas de las candidatas perdedoras colocaron como uno de los ejes principales de su estrategia electoral a la democracia. Argumentaron que estaba en juego y que, de ganar sus contrincantes, entraría un gobierno autoritario. Está por verse si tenían razón o no, pero lo que quedó claro es que se equivocaron en asumir que para la mayoría del electorado representaba una prioridad defender la democracia.
En EU, líderes del Partido Demócrata advirtieron repetidamente que Trump representaba una amenaza existencial. Biden incluso lo acusó de querer “destruir la democracia americana”. En México, Morena nunca escondió su intención de concentrar el poder. López Obrador propuso desde febrero su plan C, una serie de reformas constitucionales que buscaban eliminar contrapesos mediante, entre otras cosas, la desaparición de organismos autónomos y la elección de jueces por voto popular. Durante su campaña, Sheinbaum apoyó abiertamente este plan. A nadie engañaron. Por su parte, el frente opositor no perdió la oportunidad de tacharlos de autoritarios.
¿Y qué hicieron los votantes de ambos países ante las acusaciones de que la democracia estaba en peligro? Elegir abrumadoramente al candidato y candidata que, de acuerdo con sus opositores, encarnaban la postura autoritaria. Sus ciudadanos no solo les dieron a Trump y a Sheinbaum el triunfo, sino el “carro completo” al otorgarles el control del Congreso. En el caso de México, Morena obtuvo la mayoría calificada que le permite llevar a cabo cambios constitucionales, como la recién aprobada reforma judicial. En otras palabras, los candidatos “antidemocráticos” recibieron un mandato para prácticamente hacer lo que quisieran.
Es evidente que las candidatas perdedoras y sus equipos leyeron mal al electorado. Apostaron por que la democracia sería un tema central para el ciudadano promedio y se equivocaron. Las prioridades de los votantes fueron otras, en particular las relacionadas a su economía personal. Los demócratas en EU y el frente opositor en México también subestimaron el atractivo real de sus oponentes y descalificaron a sus bases por considerar que estas actuaban por ignorancia. Nunca entendieron que el atractivo de sus contrincantes era genuino y que lograban conectar con un sentimiento profundo de frustración y desencanto. Muchos ciudadanos de ambos países (y del mundo) sienten que sus voces no son escuchadas por las élites, que son invisibles.
Trump y el movimiento de López Obrador captaron muy bien esta dinámica y supieron dirigirse a esa población ignorada con mensajes y propuestas que resonaron. Se dieron cuenta de que una posible amenaza a la democracia no era tan relevante para estos votantes como ser tomados en cuenta.