El putinismo de guerra

  • Columna de Laila Porras
  • Laila Porras

Ciudad de México /

Con más de 87% de votos y una participación del 77%, Vladimir Putin comienza su quinto mandato (tercer mandato consecutivo desde 2012). De manera evidente, este porcentaje es el resultado de la cada vez mayor implicación del presidente dentro la sociedad y del poder político rusos. La elección de Putin con ese porcentaje sorprendió incluso a expertos y analistas, que conocían los resultados de varias encuestas y que daban al presidente el triunfo con alrededor del 80% de votos y del 70% de la participación -como es el caso de la encuesta realizada por el Centro Levada, considerado como independiente del poder ruso (calificado como “agente del extranjero” por el gobierno ruso en 2016).

El desarrollo y resultados de la última elección muestran que las elecciones en Rusia no sirven para elegir a un candidato entre una posibilidad de varios contrincantes políticos, sino se trata más bien de un “plebiscito” en donde los electores saben y están conscientes del autoritarismo que caracteriza al régimen ruso. Una reciente encuesta interesante ilustra este propósito: la mayoría de los rusos apoyan “la operación militar especial”, es decir, la guerra, pero preferirían que ésta se terminara pronto. Para Putin este ejercicio al que otorga gran importancia -en general los regímenes autoritarios acuerdan mucha relevancia a los formalismos políticos- sirve como prueba del buen funcionamiento del sistema, y sobre todo otorga las bases de la demostración de lealtad política hacia el jefe del Estado. El régimen se había encargado ex-ante de impedir cualquier tipo de contestación al régimen con leyes promulgadas sobre la restricción de partidos políticos, sobre el extremismo, sobre los agentes del extranjero; pero sobre todo, como lo vimos recientemente con la muerte del opositor Navalny, con la represión cada vez mayor de los movimientos contestarios.

La guerra en Ucrania no ha hecho más que exacerbar el autoritarismo del régimen político ruso. En este nuevo contexto, se han promulgado leyes como la que dicta quince años de prisión por propagar informaciones falsas sobre las fuerzas militares rusas. Varios medios de comunicación se han autocensurado y han preferido parar sus actividades o exiliarse en el extranjero, como es el caso de la emisora independiente Eco de Moscú y el canal de televisión ruso Dozhd. Asimismo, la justicia cerró el diario critico Nóvaya Gazeta.

La construcción de una verticalidad del poder con el ejecutivo como centro de decisiones caracterizó el sistema de Putin desde el inicio. Sin embargo, un cambio sustancial se observó a partir de 2012. En efecto, en diciembre y enero de 2011-2012, manifestaciones de una extensión desconocida para el régimen llevaron a la calle a decenas de miles de personas para protestar por los fraudes cometidos durante las elecciones legislativas. A partir de ese momento, el sistema se crispó y buscó prevenir todo riesgo de desestabilización a través de un mayor control de los procedimientos electorales, de las presiones sobre los líderes de oposición, del aumento en el número de arrestos y de la degradación de la autonomía del poder judicial; se promulgaron leyes para limitar las manifestaciones públicas, para dar un estatus de “agente del extranjero” a las ONGs que se beneficiaban de recursos provenientes del extranjero y se reforzó el control sobre los medios de comunicación. Recordemos que en 2021 el gobierno ordenó el cierre de Memorial, una ONG destacada de derechos humanos.

El sistema político erigido por el presidente Putin en el transcurso de los últimos veinte años, es tan singular que ha sido lugar común llamarlo “putinismo”, como lo señaló el politólogo francés Jean-Robert Raviot. Para describir el sistema erigido por Putin, el ideólogo del Kremlin, Vladislav Sourkov, lo designó como “democracia soberana”. Este término se refiere a la subordinación de los mecanismos democráticos a la preocupación prioritaria de hacer de Rusia un Estado fuerte, apto a la competencia internacional en el marco de la mundialización con una soberanía respetada (en contraste al periodo Yeltsin).

¿Por qué la sociedad rusa ha aceptado los términos de este sistema político caracterizado por la restricción de las libertades y la centralización del poder? Algunas de las características y hechos más marcantes de su mandato ofrecen algunos factores de explicación, tal como el peso creciente del Estado en la reconducción de los asuntos económicos y la recentralización del poder. No hay duda sobre la recuperación del Estado y de las finanzas públicas, así como del crecimiento económico observado durante sus primeros mandatos (7% anual entre 2000 y 2008) en comparación con el caos y la crisis económica que prevalecieron durante el periodo de Yeltsin. Gracias a este contexto de estabilidad económica y política disminuyó la pobreza de manera significativa, mejoró el nivel y la calidad de vida de los rusos y se formó una clase media. En cierto sentido, la opinión pública asoció a Putin y a su régimen al restablecimiento de la seguridad del Estado y del territorio. En la percepción de muchos rusos, la seguridad del Estado equivale a la seguridad del régimen y Vladimir Putin representa un “protector” contra las agresiones externas, además de ser un “gerente económico eficaz”.

Se puede decir que se estableció en Rusia un contrato social en donde la sociedad aceptó, de manera general, una estabilidad económica y política a cambio de la centralización de las decisiones, de una débil participación política y una endeble impugnación ante los abusos del poder. En efecto, incapaces de adaptarse rápidamente a una sociedad que se volvió brutalmente ultraliberal (terapia de choque y liberalización económica de los años Yeltsin), la mayor parte de los ciudadanos rusos, sin querer regresar a la época soviética, al principio acogieron con alivio la recuperación del control del Estado por Putin.

Durante los primeros mandatos, la legitimidad del presidente fue indiscutible: todas las encuestas de opinión realizadas desde mediados de los años 2000 y durante toda la década de 2010 muestran que Putin, ya sea como presidente (2000-2008 y a partir de 2012) o como Primer ministro bajo la presidencia de Medvedev (2008-2012), es considerado un líder nacional. Ciertas encuestas que miden la confianza de los rusos en las instituciones han colocado la figura presidencial en la cima junto a la armada o la Iglesia ortodoxa. Estas encuestas, indican que ha existido un apoyo consecuente por parte de la sociedad rusa al presidente. Esto se manifestó durante el referéndum de 2020, en donde el 77% de los rusos aprobaron los cambios constitucionales para reforzar los poderes del presidente (posibilidad de reelección en 2024 y 2030) y la consolidación del Estado providencia (indexación de las pensiones, el salario mínimo, etc.).

Es necesario señalar que, a nivel internacional, diversos sucesos marcaron la trayectoria del régimen de Putin. Las aspiraciones de la creación de una “Gran Europa” que abarcaría todos los países europeos “desde Lisboa hasta Vladivostok” imaginada por Gorbachov -y promovida tanto por Yeltsin como por Putin durante sus primeros mandatos- se disiparon con la entrada de la mayor parte de los países europeos exsocialistas a la OTAN (1999 y 2004) y a la Unión Europea (2004 y 2007) y el consecuente sentimiento de marginalización de Rusia. La intervención de la OTAN en Libia en 2011 y el destino del coronel Kadafi marcaron a Putin (el politólogo inglés Richard Sakwa, menciona que este hecho llevó a Putin a presentarse para un tercer mandato). De tal forma, Rusia percibió todo esto como una posible amenaza y se aceleró el cambio hacia un sistema en el que el patriotismo comenzó a ir de la mano con el nacionalismo y el conservadurismo con el anti-occidentalismo. El patriotismo delineado por Putin se refiere a una síntesis histórica entre la historia imperial y la historia soviética y la conexión entre las dos resume la idea de la grandeza de Rusia: la Gran Guerra Patriótica (1941-1945) se convirtió en el “pivote del edificio conmemorativo ruso”, a tal punto que la memoria de la lucha contra la agresión nazi juega el papel de una “religión secular”. El discurso de un país victorioso que “se recupera” y “borra la humillación” encuentra un eco muy amplio y contribuye a la rehabilitación de la URSS, como lo señala la politóloga Tatiana Kastoueva-Jean.

De tal forma, se observaron cambios a la constitución que otorgaron valor constitucional a varios elementos: la referencia a la fe en Dios como herencia de los ancestros; la salvaguardia del patrimonio histórico y de la Iglesia ortodoxa; la prohibición para los representantes electos de poseer una doble nacionalidad, de tener cuentas en el extranjero o de haber residido largo plazo en el exterior; la protección de la “verdad histórica” y de los “defensores de la patria” (referencia a la Segunda Guerra Mundial); la definición del matrimonio (exclusivamente entre un hombre y una mujer); la calificación de la lengua rusa como “constitutiva del país”; entre otros. Si bien es cierto que existen críticas -todas acertadas y justificadas- de la oposición sobre la desviación de los recursos económicos y los fraudes; y por parte de la sociedad civil sobre la falta de democracia y el creciente autoritarismo y conservadurismo, una mayoría de los rusos apoyaron en estos años la trayectoria autoritaria de Putin.

Otra característica del régimen es la nueva generación de oligarcas que se volvió “súper rica” de una manera diferente a la primera generación que se enriqueció con los procesos de privatización durante el periodo de Yeltsin. Al haber tomado el Estado ruso las riendas de la economía, una nueva burocracia de Estado emergió caracterizada, por un lado, por el estrecho lazo entre las empresas, las administraciones y las estructuras de seguridad (militares, policías y servicios de seguridad); y por el otro, por los criterios de lealtad y relaciones personales y familiares en la élite del poder. De tal manera, una nueva élite se formó en la intersección de las capas superiores del Estado, de los sectores energéticos, industriales y financieros. El putinismo se caracteriza por un refuerzo substancial del control del Kremlin sobre esta élite del poder y los círculos que la componen.

El presidente también ha ido delineando un discurso político y cultural durante sus últimos mandatos para cimentar con una base histórica, filosófica y política al régimen ruso. De tal forma, se ha erigido como el defensor de Rusia contra un Occidente que busca perjudicarla. Con este hecho, su país ha afirmado el derecho a su propio camino: la “vía rusa”. La concepción de esta vía rusa se fue forjando con el tiempo, determinada por factores internos (v.g. el declive demográfico) y externos (v.g. el deterioro de la relación con Occidente). El deseo de Putin de volver a otorgar a Rusia su estatus de potencia mundial, aunado a la convicción de la grandeza específica de la cultura rusa y a la amenaza percibida por parte del bloque occidental, delinearon los rasgos de esta “vía rusa”. Las principales características -según él- de este concepto alternativo de civilización son: los fundamentos cristianos ortodoxos, el patriotismo, el apego a las tradiciones y una cierta tolerancia hacia otros pueblos en un mismo espacio multiétnico. Por otro lado, en la visión del régimen, el papel que jugó Rusia en la derrota del nazismo le confiere a su país un estatus único y por lo mismo, el mundo occidental no tiene ninguna lección moral ni política que darle a su país. Las referencias a la historia y a la defensa de los rusos ante ataques externos a través de los siglos es una constante (franceses, polacos, lituanos, tártaros, alemanes, etc.).

El poder ruso no está dispuesto a tolerar voces disidentes y menos en tiempos de guerra, como lo muestra la muerte en prisión del opositor político Navalny. Pero haríamos mal en pensar que el apoyo masivo al régimen ruso y a su jefe supremo, se debe solamente a la propaganda del Kremlin y a la represión. A menudo se pasa por alto que existe un sentimiento extendido en Rusia de temor a las agresiones e interferencias del exterior -un sondeo del centro Levada muestra que una tercera parte de la población rusa piensa que hoy en día es posible un afrontamiento directo con la OTAN. Los rusos también recuerdan con amargura los años de crisis económica política y social del periodo Yeltsin, periodo en que Rusia se acercó como nunca a Occidente, y al mismo tiempo fue el periodo más crítico para la sociedad rusa de la historia moderna, como ejemplo, la esperanza de vida de los hombres rusos disminuyó en más de 5 años entre 1992 y 1994, algo nunca visto en un país en tiempos de paz lo que llevó a especialistas a hablar de “la catástrofe demográfica rusa”.

Desde el inicio de la invasión y guerra en Ucrania, el Estado ha realizado un esfuerzo presupuestario inmenso al punto de que varios economistas llaman a este periodo “keynesianismo de guerra” -término que puede ser exagerado si se compara con el gasto militar de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial en donde más del 35% del PIB estaba dedicado al esfuerzo de guerra. Aunque la economía rusa está lejos de esta comparación, se ha observado un incremento substancial en las ayudas estatales en el ámbito de la industria armamentista, préstamos preferenciales del banco central a empresas para la inversión, fondos de ayuda para los combatientes y sus familias, pero también de manera más general, ayuda económica para las regiones rurales y aumento sustancial del salario mínimo.

Es menester señalar que contrariamente a las predicciones por parte de los gobiernos occidentales y de las instituciones internacionales como el Banco Mundial o el FMI, la serie de sanciones impuestas a Rusia a partir de 2022 (las más importantes impuestas a un país con el “que no se está en guerra”, más de 14.000), el crecimiento económico ha sido mucho mayor de lo esperado. La tasa de crecimiento anual en 2022 fue del -1.2% (contrariamente a previsiones que iban hasta -10%), y el crecimiento en 2023 fue del 3.6%.

Varios factores -además de la política de ingresos y de la política fiscal expansionista- explican la resiliencia de la economía rusa: el país había comenzado a prepararse con varias medidas desde las primeras sanciones impuestas en 2014 después de la anexión de Crimea, tales como el apoyo masivo del Estado para realizar una amplia sustitución de importaciones en varios sectores tales como el agroindustrial, financiero, industrial, etc. Se puede decir que la salida masiva o fin del comercio de las empresas occidentales en Rusia, ha representado una “ventana de oportunidad” para las empresas nacionales. También observamos la desdolarización de la economía rusa en donde ahora la moneda china representa 45% de las transacciones financieras en la plaza de Moscú; así como la rápida reorientación de su comercio internacional y profundización de lazos económicos con países como China, India, Arabia Saudita, etc., tanto en sus exportaciones de hidrocarburos, como en sus importaciones industriales. Por último, se ha documentado la elusión de las sanciones (varios países de Asia Central y del Cáucaso han incrementado de manera inexplicable sus importaciones de países occidentales).

Sin embargo, hay elementos no resueltos para la sostenibilidad de la economía rusa y para el “putinismo de guerra” en el mediano y largo plazo, relacionados con la brecha tecnológica de Rusia con respecto a Occidente, en donde las sanciones pueden tener impacto, así como con el problema demográfico y la escasez de mano de obra. No está claro si el gobierno ruso podrá resolver estos problemas y mitigar los efectos negativos en los sectores civiles de la economía, tampoco se puede predecir las consecuencias inesperadas y la incertidumbre ligadas a un contexto de guerra. Por el momento, la sociedad rusa parece seguir apoyando de manera general esta guerra en parte porque a pesar de las decenas de miles de muertos, la contestación no es muy visible en las grandes ciudades rusas. Esto también explicado por una de las características más destacadas de la sociedad rusa contemporánea: la desigualdad. En efecto, las campañas de reclutamiento militar con generosos salarios se han realizado mayoritariamente en las regiones pobres.


Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.