Ucrania: saldo de una guerra entre hegemones

Ciudad de México /

Hay tres etnias que Europa siempre ha rechazado: rusos, gitanos y judíos. Paradójicamente Rusia y Ucrania comparten un origen común en el principado de Kiev del siglo IX. Sin embargo, el proto-estado ucraniano desapareció en el siglo XIII por la sangrienta ocupación mongola y lo que sobrevivió se convertiría en el Estado zarista de Moscú que, en el siglo XVI derrotaría a los mongoles y durante cuatro siglos se expandiría imparable hasta Alaska.

En el siglo XIX el mundo se conformó en torno a imperios y zonas de influencia globales. El imperio británico se abocó a contener a Rusia fuera del Índico y el Mar de China mientras el resto de Europa continental lo repelía racial, cultural y estratégicamente generando zonas de influencia confrontadas justamente en lo que hoy son Polonia, Ucrania y territorios aledaños. Solo con el colapso del imperio zarista se planteó un Estado ucraniano independiente. La Unión Soviética, tras sofocarlo por hambrunas, apenas lo reconoció como parte de la reorganización de los dominios zaristas bajo el disfraz de repúblicas socialistas federadas. Tal vez como intento de resarcir los crímenes stalinistas, en 1954, Kruschev cedió unilateralmente a Ucrania el control de Crimea conmemorando los “lazos étnicos e históricos”pero el territorio nunca fue “ucraniano”, era parte del imperio ruso desde 1783. Otro grave error de la ex URSS/Rusia fue dejar fuera de su frontera las provincias orientales de Ucrania, hoy pretexto de la guerra u “operación especial” como la llama Moscú. Cuando se hizo claro el intento de Ucrania de salir del área de influencia rusa, en 2014, Moscú re-anexó la península de Crimea. La comunidad internacional lo condenó aunque de facto lo aceptó. Muy caro en cambio le saldría a Rusia su actual intento de mover su frontera sobre Ucrania para anexar las 4 provincias rusófilas rebeldes. Más que proteger a esa población, que en tiempos soviéticos bien pudo ser “transferida”, el interés de Putin fue demostrar su vigencia como hegemón frente a Occidente y castigar a una Ucrania desafiante.

Las zonas de influencia por definición no tienen fronteras estables, dependen de la percepción de poder militar y económico entre los propios hegemones: se canibalizan a la primera oportunidad/debilidad y el derecho internacional de poco o nada sirve para contenerlos. Más grave aún resulta que un país pequeño, fronterizo del hegemón, sea incapaz de reconocer su realidad geopolítica para protegerse, siendo la neutralidad jurídica casi su única opción.

El saldo de este choque entre hegemones es difícil de cuantificar aunque el precio más alto lo paga la víctima. Tanto Rusia como EUA han hecho, en territorio ucraniano, otra pasarela más de sus respectivos armamentos convencionales siempre de interés para compradores. Los países de la OTAN han rematado a Ucrania su arsenal de inventario y ambos hegemones ahora justifican renovarlo estimulando sus industrias. Resultados colaterales imprevistos han sido el fortalecimiento de la multipolaridad, sobre todo vía el BRICS y el impulso a la desdolarización en el mercado de energéticos. Hasta ahora la hegemonía financiera del dólar permitió a EUA perder una tras otras todas las guerras después de 1945, sin mayores consecuencias visibles. Ahora acumula una deuda impagable de 34 trillones de dólares devaluados y graves rezagos sociales como lo reconoce el Congreso republicano cuyo representante, Scott Perry, resume así: “No tenemos intención de seguir firmando cheques a favor del país más corrupto en el mundo… Estados Unidos le paga al gobierno ucraniano las pensiones y servicios similares; Ucrania en cambio no podría proveer a los estadounidenses sus pensiones y seguridad social”. Ello acompañado de filtraciones de la prensa occidental sobre villas y yates adquiridos por Zelensky en el extranjero.

El propio el jefe de la Defensa ucraniano admite: “la guerra ha llegado a un punto muerto”. En realidad su país ha perdido, según analistas militares estadounidenses, alrededor de medio millón de hombres –toda una generación-, su economía apuntalada por Occidente. No se trata, como ironizaba el canciller ucraniano, de” bailar y brincar” al son que le toque Occidente-o de ataviar a su líder de soldado combatiente- sino de reconocer su realidad geopolítica como lo han hecho históricamente otros países en situación similar. La lección iría por igual para Taiwán, Georgia, Armenia o países insulares en el mar de China. La Unión Europea, a su vez sumisa ante su hegemón americano, ha arruinado su economía cortándose la yugular de los energéticos rusos baratos y pagando parte de la factura ucraniana. La economía rusa en cambio se ha diversificado y las sanciones no parecen haberle hecho mella. Ciertamente ha debido empeñar a casi toda su fuerza militar y, según cálculos occidentales, habría perdido hasta 100,000 hombres pero está luchando dentro de territorio ocupado rusófilo en posición táctica ventajosa sin intención racional, como acusan los rusófobos vociferantes, de expandirse hasta el Atlántico. Sobre todo, lo que los republicanos reprochan a Biden es haber unido a sus dos hegemones rivales, China y Rusia.

Lo que se avizora para Ucrania es su división de facto en una parte oriental rusa y otra occidental neutralizada a fuerza con salida residual al Mar Negro. Si los grandes consorcios estadounidenses y europeos pretenden cobrarse la enorme deuda ucraniana con concesiones para la reconstrucción ciertamente no es una inversión segura a largo plazo.

No es la primera vez que Occidente padece una crisis de rusofobiagravis, si nos remontamos incluso hasta Napoleón, para luego despertar a la cruda realidad. Como ya lo intentaba Trump, Estados Unidos debería revisar su capacidad de reclamar buena parte del globo terráqueo como su zona de influencia sosteniendo unas 800 bases militares en el extranjero. Por sexto año consecutivo el Pentágono no aprobó la auditoria civil para dar cuenta de 3.8 trillones de activos opacos y no sería capaz de sostener guerras en frentes simultáneos como lo advierte su Congreso.


  • León Rodríguez Zahar
  • Internacionalista, escritor y diplomático
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.