Aquella mamá que un día nos dijo “¡porque lo digo yo!” nos lo sentenció y advirtió: en esa cosa llamada democracia, entre más calladito, más bonito.
Esa trillada frase de que la democracia es el “poder del pueblo” pasó a mejor vida desde su origen. El asunto va más allá de una jornada electoral donde la mayoría de las veces el resultado no ha sido lo que esperamos.
En ese entorno, lo más cómodo es que alguien haga la agenda y dicte lo que debo hacer. El que obedece no se equivoca, como tampoco lo hace quien manda.
Ahora sí que parafraseando: no me salgan con que la democracia es la democracia.
Pero más allá de terminologías, el meollo es descubrir qué hacer con la libertad de elección, que a final de cuentas es la ruta principal de un largo y sinuoso camino que generalmente nos pasea sin concluir la meta.
Así, el que ahora se pueda decidir por todo (y con esto me refiero al polémico caso del Poder Judicial), no significa que se ejerce más o mejor democracia.
Que un billón de aspirantes a ser jueces se apunte, no significa más que el deterioro institucional.
Para la narrativa gubernamental el que un grupo de legisladores federales y locales –obediente– haya votado por una reforma, es suficiente para demostrar que somos campeones en democracia.
En la vida real, esas elecciones y la muerte prematura de los organismos autónomos certifica caer en lo que combate la democracia, es decir, el autoritarismo, pariente cercano de la dictadura.
Ninguna discusión a fondo, nada de réplicas o contrapesos, ninguna observación o un maldito dique. Para que esa democracia al estilo actual cuaje de la mejor manera, solo es cuestión de: aquel que quiera repelar, ya no podrá hacerlo. Lo mismo que nos decía nuestra mamá.
Y para que suene pomposo, le ponen el apellido de Supremacía, el mismo que en su momento utilizó la generación nazi en Alemania.
Ya lo había anticipado AMLO cuando descalificó a Fox con aquello de “¡cállate chachalaca!”, y aunque aún desconozco que es chachalaca, me queda claro que es un himno que suena más fuerte como letanía y como dogma.
Para el modelo actual de gobierno, la democracia es lo que se les antoje que sea, a su gusto, a su hora y para sus cuates, y si no te gusta, “¡cállate chachalaca!”