La festividad de Acción de Gracias —propia de nuestros vecinos del norte y de algunos otros países— celebra la convivencia entre migrantes, pioneros y aborígenes que agradecieron —en 1621 en Plymouth (Massachusetts)— la primera cosecha conjunta. La celebración es llevada a cabo el cuarto jueves de noviembre y cae muy cercana a mi cumpleaños. Esta semana acumulé 56 y siempre hago una pausa para agradecer a la vida, a Dios, a la fortuna o al universo por la salud y, sobre todo, por mis compañeros de vida: mis amigos.
La literatura está colmada de epístolas que celebran ese salvavidas que son las amistades y aprovecho estas líneas para honrarlos. Gonzalo Pontón apuntó que el género epistolar es tender un puente entre el vacío que separa a dos personas.
“Mi muy querida Criatura: Qué carta más bonita me escribiste a la luz de las estrellas, a medianoche. Deberías escribir siempre a esa hora porque tu corazón requiere de la luz de la luna para licuarse”. Esa carta la escribió Virginia Woolf a Vita Sackville-West revelando su profunda amistad y atracción. Y luego de las cartas, le haría una novela: Orlando, una biografía.
De acuerdo con el libro Las cartas del Boom (Aguirre, Martín, Munguía y Wong) publicado por Narrativa Hispánica, podemos husmear lo que Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa se escribían entre ellos y, así, desmenuzar esas relaciones que convierten a los amigos en algo más que familia. “Tus primeras 70 cuartillas de Cien años de soledad son magistrales, y el que diga o insinúe lo contrario es un hijo de la chingada que deberá responder a los sangrientos puñales de largo alcance del joven escritor gótico C. Fuentes”. Cortázar escribió a Vargas Llosa: “En Quito, en Lima, en Cusco, los inevitables periodistas y jóvenes nos ‘imaginan’ peleados a muerte, y concretamente hacen referencias a duras ‘polémicas’ entre tú y yo”. A pesar de los desencuentros políticos de los cuatro escritores, la amistad prevaleció.
Un sinnúmero de cartas de la escritora Emilia Pardo Bazán revelan amistades profundas y de largo aliento. Su epistolario con Blanca de los Ríos desnuda una amistad de 27 años donde constan confidencias literarias, vivencias profesionales y públicas, el dolor a la muerte de su esposo, la desconfianza al habitar un mundo enteramente masculino. A su amigo Don Francisco Giner escribió: “Su última carta, amigo mío, me alegró como me alegran todas las suyas, digan lo que digan y vengan por donde vengan”.
“Mi querido y siempre recordado Jorge Luis: No podría en breves líneas decirle con cuánto agrado he leído sus Caminos que se bifurcan y con cuánto interés busco todo lo que usted publica”. Le escribiría Alfonso Reyes a Borges y en otra misiva le diría: “Yo soy el primero y el último, pero no el único que lo admira y quiere en México”.
A mis amigos de carne y hueso les agradezco las risas, los abrazos y la confianza de ser depositaria de sus palabras y textos. A usted que me lee, le agradezco su tiempo y complicidad.