Cuando supe del libro Músicos y medicina en el que Adolfo Martínez Palomo estudia las patologías de algunos de los grandes compositores barrocos y clásicos pensé en algunos de mis escritores favoritos a los que sus trastornos mentales los llevaron a ponerle punto final a su obra. Cesare Pavese, Yukio Mishima, Yasunari Kawabata, Jack London, Primo Levi, John Kennedy Toole, Reinaldo Arenas, Sándor Márai, Alfonsina Storni, Vladimir Mayakovski son algunos ejemplos de la asombrosa y triste lista.
El siglo XX fue testigo de la desesperación de inmensas plumas:
Virgina Wolf, emblema del modernismo vanguardista, escritora de obras fundamentales como Una habitación propia, La Sra. Dalloway, Orlando, Las olas y Al faro, e integrante del Círculo de Bloomsbury, fue tierra fértil para que en ella germinaran ideas feministas, de igualdad y aceptación de su bisexualidad. Virginia soportó abusos sexuales por parte de sus dos hermanastros. Padecía un trastorno bipolar con fases depresivas y tuvo varios intentos de suicidio. Sufría de ansiedad y delirios, miedo a la gente —pero a su vez le aterraba la soledad—. Experimentaba migrañas e insomnio. Un día de marzo de 1941 llenó de piedras los bolsillos de su abrigo y se sumergió en el río Ouse quitándose la vida.
Ernest Hemingway, miembro del grupo La generación perdida y ganador del premio Nobel de literatura por su excelsa obra que incluye entre otros textos: Muerte más tarde, Fiesta, Hombres sin mujeres, Adiós a las armas, Por quién doblan las campanas, El viejo y el mar, tuvo una infancia dolorosa. Su padre al ser diagnosticado con una enfermedad incurable se suicidó. Su madre solía vestirlo de niña. Antes de dedicarse a la corresponsalía y a la escritura, Hemingway condujo ambulancias de la Cruz Roja italiana en la Primera Guerra Mundial. Vivió en carne propia los horrores que padecían las víctimas, él fue una de ellas. El alcoholismo lo postró varias veces. Enfermó de hipertensión, complicaciones hepáticas y aterosclerosis además de una enfermedad hereditaria: la hemocromatosis. Poseía conductas autodestructivas, bipolaridad y personalidad narcisista. En 1961 se quitó la vida de un disparo.
Anne Sexton fue la ama de casa estadunidense que se convirtió en una poeta trascendental. De mirada realista y poesía confesional ganó el Premio Pulitzer. Sus poemas trasminan sus crisis mentales y fantasías eróticas. Depresiva, cayó en las adicciones y tuvo brotes psicóticos. La mujer que “a los 25 años tenía una especie de yo enterrado que no sabía que pudiera dedicarse a otra cosa que hacer bechamel y cambiar pañales” escribió en su poema “Querer morirse”: “Pero los suicidas tienen un idioma propio. Como los carpinteros, quieren saber con qué herramientas. Nunca preguntan por qué construir”. Se quitó la vida a los 45 años. Murió por intoxicación de monóxido de carbono al encerrarse en la cochera de su casa y encender el motor de su auto.
A veces se puede librar el vacío. Línea de la vida: 800 911 2000.