Nadie puede dudarlo: estamos en medio de una crisis política mundial, al menos en el mundo que nos queda culturalmente más cerca y que es nuestro inevitable contexto.
Deberíamos ver a México con la mirada puesta ahí. Al menos sin dejar de echarle un ojo de repente. Nos ayudaría a comprender mejor las cosas y relativizar tanto nuestros males como nuestras ventajas.
No hay que ir lejos. Los periódicos de esta semana son un ejemplo, uno más, de la dificultad de los gobiernos para enfrentar los desafíos que le presenta su propia población.
En Europa la pandemia y sus rebrotes vinieron a poner en evidencia la falta de confianza en las autoridades y en las instituciones democráticas de varios países. Los disturbios en Países Bajos, con su buena dosis de reclamo y agresividad, pusieron en evidencia el desacuerdo frente a las medidas tomadas por el gobierno holandés para frenar la cuarta ola.
En Bélgica hubo enfrentamientos durante una manifestación de cerca de 35 mil personas en contra de las nuevas medidas sanitarias para frenar el coronavirus, en particular contra el famoso “Pase Covid” y la vacunación obligatoria.
En Alemania el nuevo gobierno (aún probable) de Olaf Scholz se tendrá que enfrentar muy pronto con las impopulares medidas sanitarias y con la obligación de la vacuna. Muchos alemanes no se han querido vacunar aunque el contagio esté a tope y el invierno por entrar.
Francia en realidad no necesita de la pandemia para verse en el borde del precipicio. Ante las elecciones presidenciales de abril, la emergencia de la ultra derecha de Éric Zemmour, más allá de la de Marine Le Pen, se lleva votantes a su lado y pone al candidato de enfrente, el presidente Macron, en una situación distinta y, en una de esas, muy complicada.
En este continente, Chile va a una segunda vuelta radicalizada, entre una derecha encabezada por José Antonio Kast, que a muchos preocupa por su cercanía ideológica y de estilo duro con Bolsonaro o con Trump, y una izquierda, la del ex líder estudiantil Gabriel Boric, que ha puesto la mira en educación, en salud, en los impuestos de los más ricos y en el aumento de jubilaciones y salarios. El fantasma de los años 70 despierta. Y como todos los fantasmas, espanta. Ahora está en el primer plano una vieja desigualdad que hace tres años dio lugar a la mayor ola de protestas desde la dictadura. Los partidos tradicionales quedaron atrás. Los dos extremos de un país polarizado y con miedo se disputarán la presidencia el próximo diciembre.
Y Estados Unidos, ante la amenaza vigente de Trump y los suyos, convoca, por su lado, a cerca de cien países a una cumbre virtual por la democracia. Los temas de Biden incluyen el combate a la corrupción, el respeto de los derechos humanos y el mejoramiento de la democracia, apelando a su “fortaleza única”: la capacidad de reconocer abiertamente sus imperfecciones y corregir el rumbo.
El mundo político va en camino a quién sabe dónde. Hay neblina en la carretera y no es difícil caer en la cuneta. Aquí pasan y pasarán muchas cosas también. No queda más que defender lo esencial de lo esencial: la educación, la democracia, la seguridad, un desarrollo equitativo y los derechos para todos. Las mañaneras no entran ahí.
Luis Petersen Farah
luis.petersen@milenio.com