En un interesante documento de reciente publicación, la Organización Mundial de la Salud (OMS) refiere que en relación a cualquier otro tiempo, en el siglo 21 la expectativa de vida ha aumentado considerablemente y cada vez son más las personas mayores que transitan de los setenta a ochenta y a los noventa años en condiciones estables de salud.
En materia de geriatría, los avances científicos han dado como resultado la creciente presencia del segmento de población conocido como tercera edad; de mantenerse la tendencia actual, cálculos conservadores sugieren que para el año 2050 cerca del 20% de la población mundial se encontrará en este segmento.
Ante esta realidad, en diversas sociedades de Europa y América del Norte se están formando y desarrollando grupos de estudio y acción voluntaria, éstos se proponen encarar el tema de la soledad y de la falta de sentido de la vida de los adultos mayores; entre otras iniciativas está el desarrollo de redes intergeneracionales que vinculen nuevamente a los adultos mayores, precisamente porque la soledad y el aislamiento es perjudicial para todos los miembros de la sociedad, no solo para los ancianos.
Las organizaciones de voluntariado europeo que están trabajando en esta iniciativa de redes intergeneracionales, sugieren a los adultos mayores de 65 años que procuren acercarse a los organizadores de este encomiable trabajo social, es decir, que no esperen a que llegue el momento de la soledad, sino que adviertan su proceso de envejecimiento como una etapa más de la vida y como una oportunidad de hacer nuevas relaciones humanas afectivas, cercanas y significativas.
La soledad no debe ser entendida como destino manifiesto para ninguna persona. No es un mal fatal y definitivo que amenaza con el trascurrir de los años. Al advertir los signos del envejecimiento, los adultos mayores deben reconocer que la necesidad de afecto y compañía es tan vital como el alimento, de manera que siempre será posible generar vínculos, nuevas relaciones humanas de aportes y beneficios recíprocos.