En el festejo de la victoria electoral de Donald Trump destacó el discurso del presidente de la UFC, Dana White: “Quiero dar las gracias a los Nelk Boys, a Adin Ross, a Theo Von, a Bussin' with the Boys y por último, pero no menos importante, al increíble y poderoso Joe Rogan”. Estos podcasteros, youtubers, creadores de contenido e influencers, líderes de la manosfera —activistas por los “derechos de los hombres”— y con decenas de millones de suscriptores en plataformas digitales, dieron un buen impulso a la candidatura de Trump, sobre todo entre hombres de la generación Z.
Joe Rogan conduce el podcast con más suscriptores (por mucho) en Spotify, con más de 14.5 millones, y ha sobrevivido a varios intentos de cancelación por sus opiniones controversiales y su apoyo a teorías de la conspiración. Jim VandeHei, uno de los cofundadores del influyente medio digital Axios, dijo en un análisis postelectoral en TV: “Rogan es más importante que cualquiera de nosotros en los medios tradicionales, tiene una audiencia mucho mayor e hiperconectada a todo lo que él dice”.
Cualquier triunfo electoral es multifactorial, pero en Estados Unidos ya se analiza a profundidad cómo estos influencers son una fuerza pro Trump y su proyecto MAGA. En América Latina vamos tarde en ese análisis y los periodistas seguimos viendo por encima del hombro a estos creadores que se han convertido, cada vez más, en un referente para la audiencia. Sin duda no tienen la pulcritud informativa, la confirmación de datos y el sentido de (supuesta) neutralidad que tienen los periodistas, pero sí tienen una mayor conexión con la audiencia y han logrado generar comunidades leales.
Hay un sentimiento de autoridad moral y de monopolio de la verdad desde el periodismo, pero cada año los medios tradicionales siguen perdiendo audiencia y credibilidad a nivel mundial, mientras que más gente se informa en TikTok, YouTube y WhatsApp. Esto, sin duda, abre la puerta a datos falsos, mentiras o verdades a medias y a la polarización que ocasiona que la gente solo busque ver a creadores que reafirmen sus ideas y/o su posición política. Pero es nuestra realidad.
Lo que sucede en Estados Unidos también pasa en México, Argentina o El Salvador, solo por poner ejemplos: los gobernantes han privilegiado a creadores afines a su ideología para seguir posicionándose entre las comunidades que necesitan. En México ha sido muy visible el lugar preponderante que han tenido en las conferencias mañaneras presidenciales, en las entrevistas exclusivas (como la de Inna Afinogenova a AMLO) o los espacios en redes. Canales de YouTube con nombres como Charro Político, Quesadilla de Verdades, Chapucero y otros tienen más de un millón de suscriptores, una comunidad leal y el favor de los políticos.
La situación actual no significa que el periodismo haya perdido la batalla con los creadores de contenido, pero sí que debería dejar de mirarlos hacia abajo y aprender de su forma de contar historias, de interactuar con la audiencia y generar comunidades. Dan Pfeiffer, cofundador de la productora Crooked Media, dijo en un pódcast sobre el tema: “En este momento la gente odia la política y nosotros (los periodistas) sonamos como políticos”.
VandeHei lo dijo bien: “Los medios tradicionales no son tan importantes como creen, solo lo son para un pequeño grupo de personas que confía en ellos para obtener información. Hay que ver el mundo como es, no como queremos que sea”.