Tanto el despotismo ilustrado como los culteranos consideraron a la lucha libre mexicana un espectáculo de la gente de baja estofa, vulgar, de la barriada, donde se engañaba sobre la naturaleza de los golpes dados y los recibidos; falsos topes y patadas voladoras; lenguaje soez; máscaras y leyendas del surrealismo mexicano; pleito maniqueo entre el bien y el mal con un árbitro manipulado y que deja pasar todas las violaciones a las reglas para que los malos le ganen a los buenos.
En nuestros tiempos, donde la ficción precede a la realidad, la lucha libre mexicana nacida desde el siglo XIX, pero resurgida a partir de los años 50 que incorporó las máscaras (la primera del Santo era de piel), es ícono mundial de lo mexicano y más aún de lo chilango.
Los luchadores mexicanos recorren Japón, Estados Unidos y Europa, en particular Amsterdam, y en España y Francia sus máscaras y sus identidades zoomorfas, astrales, divinas y diabólicas, coloridas, espectaculares, son carta de presentación de la cultura mexicana.
En 1987, la lucha libre se salió de los cuadriláteros y se fue a las calles, las plazas; a la lucha social y se convirtió en símbolo de los sin techo; contra las injusticias urbanas de los informales y la sobrevivencia en los barrios.
Lo que estaba oculto tras la larga noche del cine mexicano y las aspiraciones de una modernidad de plástico, transcultural y despectiva de lo mexicano, la aparición de Superbarrio alentando a la organización comunitaria y vecinal, el empoderamiento de las mujeres y la participación social y política hicieron visibles a miles. Superbarrio unió la lucha por la vivienda y de los damnificados de 1985 con la lucha por la democracia en 1988 y generó poderosos movimientos urbanos que inspiraron a otros en América Latina, Europa y Asia. En Estados Unidos, Superbarrio fue candidato a la presidencia contra Bush y Clinton y su campaña estuvo apoyada por Noam Chomsky y Eduardo Galeano, que le dedicara una de sus prosas.
De Superbarrio surgieron El Ecologista, Superanimal y SuperGay. Paralelamente surgió Fray Tormenta con su ring pedagógico desde su orfelinato y que oficiaba misas enmascarado.
Hoy, gracias al Consejo Ciudadano de la Secretaría de Cultura, está por firmarse, por el jefe de Gobierno, que la Lucha Libre es Patrimonio Cultural de Ciudad de México.
Seguramente al despotismo ilustrado no será de su agrado, pero hoy como arma pedagógica, de identidad cultural, nacida desde los barrios, las vecindades y la historia, la Lucha Libre deberá verse de manera distinta y convertirse en herramienta para la integración comunitaria, como un orgullo cultural que une la ficción con la realidad y que gracias al relajo y el regocijo de vencer y describir los malos comportamientos, es un aporte a la cultura popular en Ciudad de México.
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