Fueron casi catorce meses, incluso antes del 7 de octubre pasado; antes de las semanas con bombardeos que recordaron la guerra de 2006 y las de décadas. Aunque sea temporalmente, el acuerdo de cese del fuego entre Hizbulá e Israel da un frágil respiro.
Algunos ya están volviendo a sus casas. Son más de un millón de desplazados por el temor a ver Gaza en Beirut. Otros, entre ellos los míos que regresaron a Siria, esperarán al próximo año.
El acuerdo no es una línea recta. Se firma entre Estados, el gobierno libanés sirve de intermediario con un Hizbulá que toma decisiones autónomas y en correspondencia con Teherán.
Este miércoles cesaron los ataques. Israel tiene 60 días para retirar sus fuerzas, Hizbulá se desplazará al norte. El ejército libanés debe ocupar el espacio intermedio, se comprometieron a desmantelar instalaciones, confiscar armamento.
Las condiciones del acuerdo se asemejan a las establecidas al fin de la guerra previa entre Hizbulá e Israel: el contexto es distinto.
La cohabitación de fuerzas políticas en Líbano es un enramado de ineptitudes y vicios autoconstruidos donde Hizbulá mantiene un papel significativo. A diferencia del 2006, no sólo para la administración del acuerdo sino también para la reconstrucción —otra—, el gobierno libanés está obligado a lo que no hizo antes; porque no pudo o porque ni lo intentó.
Después de 2006, la penetración de Hizbulá condujo la vida pública a ir de la mano de ellos. Si bien su fuerza no es la misma, a pesar del respaldo que conserva, las fallas estructurales son inmensas. Con Nasrallah eliminado y sin un liderazgo equiparable, es deseable una reconformación sobre la que no guardo grandes esperanzas. El gobierno libanés no contará con Hizbulá para sumarse a la descomposición política interna, que tampoco tiene las herramientas para valerse por sí misma.
El cumplimiento del acuerdo depende en exceso de tres variables enfermizas: la política libanesa, el delirio extremista del gobierno israelí y la revalorización de Teherán sobre un Hizbulá en la orfandad.
En Siria, donde el régimen se impuso con el apoyo de Irán y su proxy, fuerzas opositoras realizaron su mayor ataque desde 2020.
Son los tiempos después de Nasrallah.