Sobre el nuevo país

Ciudad de México /

La cultura política nacional tiene una mala relación con el poder. Se embriaga fácilmente con él y mucho menos lo piensa. Depende de la ausencia de cuestionamiento, tanto al interior, en su ejercicio y burocracia, como al exterior, en la sociedad.

En México, el uso del poder no parte de otorgar, ni siquiera conceder a medida de aligerar coerciones o de la negociación entre fuerzas, sino de limitar.

En la vocación del poder limitador descansan muchas de las barbaridades conceptuales y el no entendimien-

to del oficialismo hacia el mundo. Desde su interpretación exigua sobre la soberanía y los acuerdos con otros países, a la animadversión con la transparencia y los organismos reguladores.

Es una cultura demasiado enraizada en el poder providencial, apenas fracturada positivamente en las últimas décadas y en camino apresurado a restituirse.

Hay un dejo humillante en la oferta del INAI a reducir su presupuesto para no desaparecer. Proponer dinámicas de extorsión ha dado resultados, pero en esta ocasión ni siquiera su juego apunta a contar con posibilidades de cambiar las cosas. No es asunto de presupuesto.

El listado de casos dando fe de la utilidad de la institución encargada de transparentar información y resguardar datos es amplio. Los elementos de la razón no resisten al convencimiento ideológico.

Pasamos por uno de los tránsitos más tóxicos en la asimilación del poder. Del carisma envuelto en un estuche dogmático, nos encontramos frente al embiste ideológico que sustituye a ese carisma. No lo busca ni requiere. Apuesta por la permanencia en la costumbre de que las ideologías no mueren. Por eso son peligrosas. Inician enalteciendo personalidades a las que no se les pide prueba para sostener sus dichos, luego pretenden ser la respuesta a todos los aspectos.

En la lógica del mal poder no se necesitan vigilantes de la transparencia porque es el poder quien decide qué es lo transparente. Se asume indiscutible. Los contrapesos y reguladores le resultan ociosos al gobierno que renuncia a ser el mediador entre el conjunto del Estado, sobre todo los ciudadanos, para convertirse en el único gran aparato.

Afirma sus convencimientos, los repite. Lleva a que los demás hagan lo mismo. 

  • Maruan Soto Antaki
  • Escritor mexicano. Autor de novelas y ensayos. Ha vivido en Nicaragua, España, Libia, Siria y México. Colabora con distintos medios mexicanos e internacionales donde trata temas relacionados con Medio Oriente, cultura, política, filosofía y religión.
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.