Julio Scherer García. Periodismo para la historia. Grijalbo, México, 2024.
Mucho se sabe de las virtudes de Julio Scherer García (1926-2015) como líder de empresas periodísticas, tanto en aquel Excélsior de comienzos de los años setenta como en el semanario Proceso. Y se conocen sus habilidades en la pluma por los varios libros que publicó, entre ellos Siqueiros, la piel y la entraña (1965) y Los presidentes (1986). Verlo ahora, gracias a esta profusa antología de sus trabajos periodísticos, en acción como entrevistador, cronista y reportero, sirve para consolidar su leyenda como una de las grandes figuras mexicanas del siglo XX y comienzos del XXI. De su lectura se obtienen variadas lecciones.
El libro Periodismo para la historia va de 1949 a 2015, desde que Scherer tenía 23 años hasta su fallecimiento, porque tuvo la astucia de cubrir incluso, en el texto “Morir a tiempo”, sus últimos momentos. Y ésta, la muerte, será uno de los temas de la antología periodística, cuando cubre los adioses de José Clemente Orozco (1949), Pedro Infante (1957), Diego Rivera (1957), José Vasconcelos y Alfonso Reyes (ambos en 1959) … Y, hacia el final, Octavio Paz (1998) y Gabriel García Márquez (2014).
En cuanto a estas coberturas, de principio a fin Scherer hizo cosas increíbles, como meterse a las casas o estudios de los recién fallecidos, hurgar aquí y allá, encontrar textos o varias señas de lo sucedido en las horas finales, dar fe de la llegada de los embalsamadores, conversar con los deudos… Sus reconstrucciones son completas, sin dejar hilos sueltos. Así describe, por ejemplo, la recámara de Vasconcelos (en su reporte del 2 de julio de 1959): “Tiene el aire de una celda de religioso. Todo es modesto en ella, casi pobre. El piso es de mosaico corriente. La cama está cubierta por una colcha blanca con rayas negras, verdes y amarillas. El color está casi perdido. Se percibe fácilmente que tiene años de uso. Sobre el lecho, un crucificado. Pero no es un crucifijo de marfil o de madera, sino un simple cuadro que muestra a Cristo después de la muerte, inclinada la cabeza sobre uno de los hombros, inerte, vencido”.
En cuanto finaliza el sepelio de Alfonso Reyes, va a la biblioteca del escritor y revisa los tomos dedicados, por ejemplo de Azorín, que lo llama “entrañable”; o José Ortega y Gasset, “con respeto y admiración”; o Juan Ramón Jiménez, en el recuerdo de “días inolvidables”… No sólo cumple con lo que de rigor debe relatarse, siempre busca ir más allá para presentar imágenes integrales de los personajes.
Están, por otro lado, las entrevistas a Siqueiros, Frida Kahlo, Juan O’Gorman o Rufino Tamayo… lo que claramente indica que uno de sus intereses eran las artes plásticas. También hay disputas entre pintores, pues le gusta abrir el debate intelectual. Un día encuentra al pintor Francisco Goitia en una calle del Centro de la ciudad, anciano, empobrecido, “aislado de todo y de todos”, y decide acompañarlo a su morada, “una miserable choza cercana a Xochimilco”, en el arranque de una gran crónica. Ese, “En el mundo de Goitia” (publicado el 13 de mayo de 1959), es uno de los grandes textos de esta antología.
En cuanto a los artistas, hay además un par de músicos: Stravinski y Pablo Casals… Estas muestras de un buen periodismo cultural tienen el contrapeso de los grandes reportajes que realiza como enviado especial a Guatemala, Japón, Argentina, Alemania, Bangladesh, Estados Unidos, China o Sudáfrica, para describir situaciones concretas o retratar el estado emocional de una nación… Al presentar sus reportajes en República Dominicana (en mayo de 1965), el diario advierte que Julio Scherer García “ha visto los hechos, ha hablado con la gente, ha palpado el horror de la lucha, ha escuchado argumentos de los bandos en pugna”… Lo que exhibe sus herramientas básicas, que deberían ser las de cualquier gran reportero: ver, hablar y palpar.
¿Cómo adquirió Scherer estas habilidades? Parecería que ya cargaba con tales instrumentos desde muy joven, que eran parte de sus cromosomas. Hay una cobertura temprana, de julio de 1957, cuando asesinan al presidente de Guatemala, el coronel Castillo Armas, para lo cual usa los recursos más adecuados, como señalar que aquello que se dice es la versión del gobierno (“según fuentes oficiales”), en la que se insistía en la militancia comunista del asesino (con la invención de cartas y documentos diversos), cuando era parte del Estado Mayor Presidencial y parecía tratarse, más bien, de una serie de conspiraciones al interior del mismo medio castrense. Incluso ante esas divergencias llegan a retener sus informes, por “la rígida censura impuesta por las autoridades guatemaltecas”, que aparecen con retraso porque, finalmente, halla un modo de enviarlos.
Un gran reportero en acción: eso es lo que uno obtiene de la lectura de este Periodismo para la historia. Son lecciones del pasado; y también, enormes ejemplos de cómo debe ejercerse, aun hoy, el oficio periodístico.