Yuri Herrera, El incendio de la mina El Bordo, Periférica, España, 2024, 118 pp.
Tiene el escritor José Revueltas (1914-1976) una gran crónica sobre la marcha que los mineros huelguistas de Nueva Rosita, Coahuila, emprendieran a la Ciudad de México durante el frío invierno de 1951. Pauta de que en la extendida obra del duranguense, acaso el intelectual mexicano mayormente comprometido con su tiempo desde visiones profundamente humanas, cualquiera de los géneros literarios podía ser vehículo ideal para hacer llegar al lector el mejor retrato de la realidad.
“Marcha de hambre sobre el desierto y la nieve” se llama el texto. Se encuentra en alguno de los veintitantos volúmenes de la Obra Completa, por supuesto que una más de las muchas piezas periodísticas de Revueltas publicadas en medios impresos (todo, entonces, era manifiestamente impreso) proveniente de la revista Hoy que dirigía por aquellos años José Pagés Llergo, quien seguramente dio la “orden de trabajo” a Revueltas y a su acompañante, el fotógrafo Ismael Casasola.
“Aquello era como un presente plural y sin nombre, ofrecido a esa caminante multitud anónima que parecía dirigirse, inexorablemente, hasta el sitio mismo de su tierra de Canaán…”, rescata del reportaje Álvaro Ruiz Abreu en su libro José Revueltas: Los muros de la utopía, que aunque publicado hace más de tres décadas permanece como una de las biografías más completas del por esos días “misionero de prensa”, tan expuesto a las vicisitudes del hecho como los mismos fotografiados.
“Cuando menciona las desgracias personales de los huelguistas parece hablar de las suyas”, escribe Ruiz Abreu (Cal y Arena, 1992). “En la noche, la caravana se detiene; el frío cala; es preciso encender una fogata que los proteja. El reportero ve en esa necesidad un regreso al primer hombre, a la Edad de Piedra (Cierto. Volvíamos al primer hombre y a sus primeros instrumentos: la madera, el fuego). Y de la observación, Revueltas entresaca imágenes literarias muy sólidas como las sombras que dibujan el fuego en la noche helada, sombras que se alzan hasta el infinito”.
(Ya en la gran ciudad, los mineros fueron reprimidos por el régimen priista del presidente Miguel Alemán y sus demandas ignoradas; la situación laboral de los trabajadores y sus familias incluso empeoró; fórmula que se repetiría durante décadas en contra de cualquier colectivo inconforme).
A cuento de qué todo esto, preguntarán el lector, la lectora de estas líneas, si lo que advierte la ficha que las antecede es registrar el nuevo libro del hidalguense Yuri Herrera (1970), El incendio de la mina El Bordo. Pues precisamente a eso, al sojuzgamiento del que los mineros, integrantes de subrayada especificidad de la clase obrera mexicana, han sido víctimas (espiral de la historia, adelante, atrás) antes de ese medio siglo revueltiano. Y es que lo que nos cuenta Herrera sucedió un marzo de 1920 en la mina El Bordo, ubicada en el distrito municipal de Pachuca-Real del Monte, Hidalgo.
Crónica sucinta que surgió de una investigación académica del autor en diferentes fuentes de información, y que consecuentemente se cuenta bien y lee mejor: “el silencio no es la ausencia de historia”, advierte Herrera, “es una historia oculta bajo una forma que es necesario descifrar”.
¿Qué aconteció en El Bordo? Sencillo: se desató un incendio que produjo la muerte de más de ochenta trabajadores, logrando sobrevivir siete. Empresa y autoridades respondieron al hecho minimizándolo, clausurando de inmediato las instalaciones de la mina, sellando así vestigios, rescates, justicias, memorias.
De la mano de las notas periodísticas de aquellos días, el autor rehace una historia conocida y, al mismo tiempo, nos cuenta la repetida historia de los mineros en México y otras partes del mundo, “el silencio oficial sobre el incendio de El Bordo”, obligados a relaciones de trabajo de gran explotación con bajos salarios y ninguna garantía de seguridad.
El incendio de la mina El Bordo es la historia de “asesinatos, despojos y obstinación contra el olvido que puede sentirse cuando uno visita la ciudad”, advierte Herrera, así como cuando leemos su libro, habrá que añadir.
“Soy de ahí y sigo sin saber exactamente qué nos hizo esa infamia y las que la precedieron y las que le siguieron, pero hay algo”, escribe Herrera (Nueva Rosita…Pasta de Conchos… Pinabete… anotamos).
“A ratos parece resignación, a ratos parece tolerancia, a ratos puro valemadrismo; muy pocas veces, rabia. Sea lo que sea, es más que rencor o conformismo: por más oculta que estuviera la historia de El Bordo en un archivo muerto, todas estas décadas ha habido gente dispuesta a recordar que, contra lo que decían aquellos catrines, ahí abajo aún había, aún hay, gente viva”.