El gasto público implica una renuncia. Es decir, ante un escenario de recursos finitos y necesidades crecientes, todo lo que se decide invertir, por ejemplo, en educación, implica dejar de inyectarlo en, por ejemplo, salud. Esta situación es difícil de identificar toda vez que las cifras que se dan a conocer rara vez son comparativas, además de que se expresan en montos globales de inversiones que suelen ser millonarias. Hablar de diez, cien o mil millones tiene prácticamente el mismo peso para una ciudadanía acostumbrada a cifrar su patrimonio en algunos miles que apenas le permiten redondear la quincena. Quizás sería diferente si, en lugar de costos globales, tradujéramos el gasto en aquello a lo que estamos renunciando al ejercerlo.
Así, por ejemplo, podríamos medir las erogaciones en términos de hospitales, escuelas o viviendas que se pudieron construir con esos recursos que se determinó inyectar en algún otro rubro.
Después de la intensidad del debate, formal e informal, acerca de la reforma judicial que implica la elección popular de todas las personas juzgadoras en el país, y tras la defensa vehemente que el partido en el poder hizo de este cambio, viene el trago amargo del presupuesto para llevarlo a cabo. El INE considera que el costo del ejercicio será de alrededor de 13 mil millones de pesos.
Esto significaría, si consideramos un costo de alrededor de 50 millones de una pequeña clínica, renunciar a la construcción de alrededor de 260 nosocomios. O bien a brindar techo a ocho mil 600 familias a través de casas de interés social con un costo de millón y medio, solo por dar algunos ejemplos.
La Presidenta ha insistido en conminar al INE a revisar a la baja su presupuesto, pero el órgano electoral hace bien en fijar postura y decir cuánto costaría un ejercicio de las dimensiones del que ahora quedó inscrito en nuestra legislación. La hora de saber si vale la pena semejante renuncia a cambio de un todavía hipotético control popular sobre las personas juzgadoras ya pasó. Esa valoración debió hacerse a l debatirse la reforma en las Cámaras. Ahora solo nos resta hacer que valga la pena proponiendo buenos perfiles y saliendo numerosos a votar.