Las mujeres hemos sido registradas en la historia solo en dos versiones posibles: etéreas o hetairas. O representamos con túnica y los ojos vendados a la Justicia, o somos ninfas semidesnudas adornando la narrativa pictórica de una epopeya. O mármol incólume como manifestación de todas las virtudes, o cuerpos voluptuosos recostados representando las tentaciones o la falta de juicio.
Si a usted le preguntan por los héroes de la Revolución, los nombres de Villa, Carranza, Zapata y Madero brotan de forma natural. Si se le cuestiona acerca de las mujeres que participaron en la misma gesta heroica, la respuesta inmediata nos empaqueta en un solo nombre, el de “adelitas”. Ahí cae lo mismo la que alguna vez acercó comida a un vagón revolucionario, que coronelas liderando tropas. Un fenómeno intangible y lejano, no personas de carne y hueso, con nombre y apellido.
Y sin embargo, allí estuvieron: Elisa Acuña, Juana Belén Gutiérrez, Dolores Jiménez, Silvina Rembao, Lucrecia Toriz, Margarita Ortega, Carmen Serdán, Sara Pérez, por supuesto, Hermila Galindo y Adela Valverde. Sus historias dejan claro que la valentía, el arrojo y la disposición a la lucha no son atributos exclusivos de la masculinidad. En cambio, lo que vivieron, sí evidencia que el contexto se empeñaba (se empeña) en que fuera muy difícil para ellas vivir estos valores: desde la necesidad de travestirse para hacerse valer ante la tropa, hasta la ignominia de no permitirles ser parte del Constituyente que convirtió en derechos consagrados en la Carta Magna las demandas revolucionarias.
El Diario de los Debates de 1917 da bien cuenta de cómo, con un par de jornadas de distancia, mientras que el que muchas mujeres no estuvieran alfabetizadas se consideró razón suficiente para no reconocernos el derecho al sufragio, tratándose de los hombres, el mismo argumento se consideró la razón fundamental para garantizarles a todos ellos, independientemente de su nivel de escolaridad, el derecho al voto.
Así, para nosotras, la necesidad de un levantamiento que busca transformar el estado de cosas no ha acabado, de hecho, somos protagonistas de la mayor revolución del Siglo XXI, la que pugna por la igualdad entre mujeres y hombres.