Casi desde el inicio de su carrera artística, como adolescente prodigio en medio de la efervescencia cultural posrevolucionaria de México, el pintor y escultor Juan Soriano, fallecido a los 85 años, fue conocido por su intensa búsqueda de la libertad. “Siempre hizo lo que quiso”, dijo Carlos Monsiváis. Soriano exploró la pintura, la cerámica, la escultura, el diseño escénico y de vestuario, aunque son más conocidos sus retratos y esculturas monumentales, a menudo representaciones semi-abstractas del reino animal.
Nacido en una familia acomodada de Guadalajara, se dice que Soriano vio su futuro como pintor cuando sólo tenía ocho años. Animado por una de sus cinco hermanas, se matriculó en clases de arte y participó en su primera muestra a los 14 años. Su trabajo impresionó tanto a la élite artística local que lo animaron a mudarse a la capital del país. Un año después, se involucró en los círculos de intelectuales y artistas progresistas de Ciudad de México, con la intención de ayudar a crear una nueva identidad mexicana y promover causas políticas. Pero su permanencia en organizaciones como la Liga Revolucionaria de Escritores y Artistas fue de corta duración: las abandonó para salvaguardar su independencia artística.
Se preocupó por poner distancia entre sus objetivos y los de los grandes muralistas mexicanos, como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. Su estilo captó la atención internacional y todavía es visto por muchos como la esencia del arte moderno nacional. En una entrevista, Soriano calificó el muralismo de “dogmático”, lo acusó de “querer derribar a los que no estábamos en la línea” y desestimó muchas de sus principales creaciones por considerarlas “monstruosas”.
Consolidación
La individualidad de Soriano se cimentó con estancias prolongadas en Europa. Sus experiencias en Italia y Grecia, cuando tenía 30 años, le aseguraron a los temas clásicos un lugar central en su producción. Al regresar a México durante la década de 1960, pintó una famosa serie de retratos de Lupe Marín, la primera esposa de Diego Rivera. Tras una segunda estancia en Roma a finales de esa década, Soriano se instaló en París en 1975 con su amante polaco, Marek Keller. Ahí entabló amistad con el artista español Antonio Saura, con el novelista checo Milan Kundera y con el escritor argentino Julio Cortazar.
Desde mediados de 1980, el tapatío pasó a la escultura. Menos aclamada por la crítica que su pintura, sus enormes palomas y lunas dominan muchas plazas mexicanas. Ganó el Premio Nacional de Arte de México en 1987 y en 2004 Francia le otorgó La Legión de Honor. Luego, el rey Juan Carlos de España le entregó el Premio Velázquez de Artes Plásticas, cuyo jurado dijo que mezcla “tanto la vanguardia como el arte tradicional de su país” con “una libertad envidiable”.
El mismo Soriano no parecía consiente de dónde encajaba la mexicanidad en su trabajo. “El arte debe revelar algo sobre la esencia humana, y eso es algo que va más allá de las fronteras geográficas y culturales”, expresó en los últimos años de su vida, y agregó: “Realmente no sé lo que es ser mexicano, y ahora soy demasiado viejo para investigarlo”.
FUERA DEL CLÓSET
Juan Soriano nunca ocultó su homosexualidad y en muchos de sus trabajos es evidente. Quien lo introdujo en el mundo del homoerotismo, con sus libros y colecciones de antigüedades, fue el esteta tapatío Chucho Reyes Ferreira, que también le presentó a otro par de artistas homosexuales de Guadalajara: Roberto Montenegro y Luis Barragán. En Ciudad de México, hizo migas con el grupo Los Contemporáneos, conformado por varios artistas homosexuales, entre ellos Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y Carlos Pellicer. Su última pareja fue el bailarín polaco Marek Keller, quien hoy conserva su legado.