En la semana previa, en las páginas de este diario se expuso con notable oportunidad y precisión que Omar García Harfuch, Secretario de Seguridad del Gobierno de Claudia Sheinbaum, sería el artífice, el mando de la estrategia nacional de seguridad y para ello se impulsó la Reforma al Artículo 21 de la Constitución mexicana de tal manera que se le otorguen a esa dependencia las facultades para que formule, coordine y dirija dicha estrategia, sus programas, políticas y acciones, concentrando toda la información anticrimen.
Este lunes esa iniciativa de reforma que también dotará de atribuciones de investigación a la Secretaría de Seguridad, avanzó en comisiones del Senado de la República, dando idea que se confía en que esto de alguna manera funcione y reconociendo que es García Harfuch el hombre que más sabe de seguridad pública e inteligencia para ser el supersecretario que puede hacerse entender y logre coordinar a militares, marinos, ministeriales, guardias nacionales, autoridades estatales y municipales. Se debe exigir que haya contenciones claras para no transgredir los derechos humanos con el pretexto de la inteligencia policial.
A manera de infame “bienvenida” para el supersecretario, dos matanzas en lugares donde no se habían visto: primero el sábado en Querétaro un cuarteto armado acaba con la vida de 10 personas y deja heridos a otros 13 en un bar. El domingo en Cuautitlán Izcalli, Estado de México, en otro bar, otro grupo cobra la vida de seis personas, deja a cinco heridos y siembra el terror.
Tanto en el Ejecutivo federal como en el Legislativo de militancia morenista, sostienen que “el país está controlado” y que no se puede hablar de terrorismo, ni de violencia desbordada. Tal vez tengan que hablar detenidamente con el Senador mexiquense Higinio Martínez Miranda, que sin dobleces ayer reconoció como fundador de Morena que se debe detener el horror que generan sucesos criminales como los acontecidos en Cuautitlán Izcalli, Querétaro o Guerrero. Ojalá no se entretengan con la semántica.
Debe quedar claro que ya no aplica culpar al pasado y que, en crímenes como estos, argumentar que son enfrentamientos entre grupos criminales rivales no hace las cosas menos graves, y generalizar refiriendo a las víctimas como criminales, no inspira tranquilidad ni abona a la justicia.