El ahuehuete

Ciudad de México /

Dos amigos de toda la vida me mandaron la fotografía impresa en un periódico con una nota en la cual un grupo de vecinos de la colonia Condesa proponen que el ahuehuete del Parque España sea considerado patrimonio cultural. Me puse a temblar, el ahuehuete tiene 106 años y goza de magnífica salud. Perdón por el pesimismo, pero le van a meter mano y lo van a echar a perder. Ese ahuehuete creció un poco a escondidas durante más de un siglo sin que a nadie le importara, metido en un recodo del parque, entre árboles menores y arbustos, cerca de avenida Sonora. Al pie de esa eternidad de quinientos años hay una placa que informa que el 21 de septiembre de 1921 lo sembraron para inaugurar el Parque España como parte de los festejos por la Consumación del Centenario de la Independencia.

Vi de nuevo la fotografía impresa en el diario: Herminio Pérez Abreu y el ministro español Saavedra inauguran el parque al frente de una vara, no exagero, una vara de mi estatura que es en nuestros días el ahuehuete. Así pasa el tiempo. Este horrible lugar común es una verdad, se los aseguro. En la fotografía, mi abuelo Herminio devela la placa. Cuando mi papá quería hacerme bromas me llamaba Herminio, mi primer nombre, y se burlaba, mi abuela se llamaba Hermilda, por cierto.

En la fotografía aparecen dos niñas, ya lo conté, la más pequeña que muestra apenas la cabeza es mi madre, delante de ella, la tía Eva, su hermana mayor, a un lado el abuelo sostiene un sombrero de copa. Herminio tuvo la mala idea de morirse joven y dejar vacío el porvenir de sus ambiciones. Mi abuelo: primero carrancista y civilista, luego obregonista, presidente municipal de la ciudad y más tarde ministro plenipotenciario en Centroamérica. Yo le hacía bromas a mi hermano mayor y le decía que se sentía el abuelo, pero nadie es su abuelo, ni su padre, con trabajos uno mismo.

Un favor: no le metan mano al árbol. Déjenlo tranquilo que llegue a sus quinientos años sin la ayuda letal de la mano humana. Por cierto, alguien ya lo descubrió y en la placa, que había durado ciento seis años sin mayores contratiempos, una mano artística le ha pintado un falo enorme en el centro de las letras en viejo relieve. No pasa nada, esas cosas ocurren en las grandes ciudades. En serio, no lo toquen, déjenlo vivir tranquilo la eternidad. 

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