Los motivos (incompletos) de Rusia en Ucrania

  • Columna de Rainer Matos Franco
  • Rainer Matos Franco

Ciudad de México /

Resulta difícil, incluso para quienes estudiamos a Rusia y su entorno, entender las razones de la intervención rusa en Ucrania. El tema cambia cada minuto, las negociaciones no son concluyentes y la desinformación cunde desde ambos lados. Es imposible tomar distancia o aproximarse al tema con sensatez. La polarización ha impuesto explicaciones que reducen todo a Vladímir Putin, su psique y personalidad. El problema es que, aunque útiles para muchos como instrumento de condena, suelen ser visiones simplistas y deficientes. Esas interpretaciones no aclaran por qué, si el presidente ruso siempre ha sido “así” (añada usted los adjetivos que quiera), la intervención llegó el 24 de febrero de 2022 y no antes: en noviembre de 2021, en abril de 2014 con la Guerra del Donbás, o al iniciar su presidencia en el año 2000. De pronto, todas las contingencias posibles a lo largo de 22 años se reducen a nada.

La alternativa, obvia para quienes estudiamos Historia, es entender contextos, que ofrecen pistas para conjeturar una explicación coherente. No tengo una respuesta completa a por qué Putin decidió intervenir en Ucrania, pero ofrezco cuatro puntos que contribuyen a una interpretación menos pasional, simplista y delirante que las ya conocidas. Desconfiando de la explicación típica de quienes “saben” lo que Putin “piensa”, acaso sea más revelador analizar lo que sí podemos saber. Sobra decir que ninguna de estas razones justifica lo que ocurre en el terreno.

Los tres meses entre noviembre de 2021 y febrero de 2022 son clave. Si Moscú, como tanto se dice, ya tenía la idea firme de intervenir, ¿por qué esperar? ¿Por qué dar espacio a la diplomacia? Putin se reunió con los líderes de Francia y Alemania en persona. Serguéi Lavrov y Antony Blinken se entrevistaron varias veces. Putin y Biden hablaron con regularidad. Desde hace ocho años Rusia propuso los llamados Acuerdos de Minsk I (2014) y II (2015), que de hecho regresaban todo el Donbás a Ucrania a cambio de autonomía y elecciones locales. Aunque distintos gobiernos ucranianos se negaron a aplicarlos por su costo político, países como Francia o Alemania impulsaron Minsk I y II como única solución posible al conflicto hasta hace unas semanas. Desde esa lente la intervención de Rusia parece más un último recurso para imponer sus garantías de seguridad, una vez agotados los canales diplomáticos a los que —indudablemente— Moscú dio prioridad durante años.

En ese contexto, la principal motivación es redibujar la geopolítica europea, si no por la diplomacia, por la fuerza. A ojos de Rusia —y de la escuela realista en Relaciones Internacionales— hay un desbalance de poder en Europa por las constantes ampliaciones de la OTAN desde 1999. Un elemento a considerar es que la OTAN realizó entre marzo y junio de 2021 uno de los ejercicios militares más grandes de su historia, Defender-Europe 2021, con 28 mil efectivos de 27 países en el Mar Negro, los Balcanes y con operaciones aéreas en Estonia, cerca de la frontera rusa. Si hay un punto en el que Rusia o incluso los más connotados internacionalistas estadunidenses, como Henry Kissinger o George Kennan, han insistido desde hace más de 20 años es evitar las ampliaciones de la OTAN.

Esto resultó aún más claro en los últimos meses, tanto en el decálogo enviado por Moscú a Washington en diciembre, como en las actuales negociaciones con Ucrania, donde la principal demanda es que Kiev tenga estatus neutral para no ingresar a la OTAN. De hecho, esto presupone una Ucrania independiente como resultado de la negociación. Irónicamente, Rusia sabe desde 2014 que Ucrania no podría entrar en la OTAN al no ejercer soberanía sobre todo su territorio —además de que la propia OTAN ha rechazado ofrecerle membresía—. Sin embargo, hoy en día Moscú busca obligar a Kiev a reconocer la pérdida de Crimea y el Donbás. Esto da pistas acerca de los planes rusos para la Ucrania post-intervención: soberana, aunque reducida, y por ende con posibilidades renovadas de ingresar en la OTAN.

El segundo motivo es desarmar a Ucrania. En estos ocho años, para hacer la Guerra del Donbás, Kiev recibió miles de millones de dólares en armamento, equipo y adiestramiento de diversos países. En especial de Estados Unidos, que entre 2014 y 2022 ha otorgado “assistance” a Ucrania por casi 5 mil millones de dólares. Varios analistas arguyeron que de seguir así, Ucrania pronto hubiese sido uno de los países más militarizados de Europa. Desde el inicio fue evidente que uno de los principales objetivos de Rusia era inutilizar esa infraestructura militar en regiones específicas, apoderarse de la que pudiera, diezmar al ejército ucraniano y llegar con ventaja a la mesa de negociaciones. Sin embargo, no es claro hasta qué punto el ejército ruso ha conseguido esos objetivos, pues la intervención parece haber ido ya más allá del plan “relámpago” original en virtud de la resistencia local.

Un tercer motivo, no menor, es combatir la retórica antirrusa institucionalizada en Ucrania desde 2014. Si se toma en cuenta, como ya dije, que las negociaciones preservarían la independencia del país y que, hasta antes de 2014, Putin cosechó buenas relaciones con todas las administraciones ucranianas —incluso la del nacionalista Víktor Yúshchenko (2005-2010)—, entonces lo que molesta en Moscú no es la existencia de una Ucrania independiente, sino las afinidades de Ucrania hacia Occidente, con el acento puesto en los últimos ocho años. Esta retórica, surgida del gobierno post-Maidán en febrero de 2014, con un particular discurso antirruso —muy influido por la ultraderecha ucraniana, un dolor de cabeza real para Kiev—, irónicamente solo creció conforme Rusia anexó Crimea y apoyó más tarde a los rebeldes del Donbás. Acabar con esta retórica es lo que Moscú llama (no sin dramatismo) “desnazificación”: limitar a los partidos de ultraderecha en el escenario político. La ironía es que en términos electorales dichos partidos son muy débiles aunque, como he dicho en otro lado, no han ganado votos pero sí cotos en áreas clave de la política de seguridad.

Un último punto es que desde mayo de 2021 el presidente Zelenski comenzó una campaña contra sus principales opositores, entre ellos Víktor Medvedchuk, aliado político de Rusia. El 13 de mayo Zelenski, no sin arbitrariedad de por medio, consiguió arrestar a Medvedchuk, líder de la principal oposición parlamentaria, que es el partido “prorruso” de Ucrania, Plataforma Opositora (Zelenski también intentó arrestar al ex presidente proeuropeo Poroshenko, sin éxito). De ahí que una razón adicional fuese evitar que Zelenski acumulara más poder contra los aliados de Rusia en Ucrania. Es difícil saber cómo reaccionará en el futuro el electorado ucraniano, en especial el sureste rusófono, donde se concentra la intervención rusa y las mayores afectaciones, y donde la Plataforma Opositora tiene su base electoral.

A medio camino entre estos motivos, por supuesto incompletos, quizá se halle la clave. Cuando todo es nebuloso y aciago en esta región del mundo, siempre queda recurrir a Gógol: “Desde luego, Alejandro Magno era un héroe, pero ¿por qué destrozar las sillas?”.

Rainer Matos Franco

Internacionalista por El Colegio de México. Autor de Historia mínima de Rusia.


Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.