Esta empresa fue creada para democratizar el acceso a este tipo de productos”, me dijo el CEO de la multinacional mientras lo entrevistaba. “Aquí creemos que todo mundo debe tener derecho a disfrutar estos productos, y por eso nuestro fundador arrancó esta empresa hace ya más de tres décadas”.
Mi estimadísimo CEO: te aseguro que no fue así.
Entre la urgencia de definir un “propósito”, de “fomentar una cultura organizacional que motive al equipo” o de establecer una visión trascendental —inspiradora, incluso— muchas empresas terminan confundiéndose acerca de su propia historia.
Detrás de las empresas más exitosas en el mundo, no hay un solo fundador que haya decidido emprender porque quería “democratizar” algo. Todas, todas, estas organizaciones nacieron cuando sus fundadores detectaron una oportunidad de negocio: vieron que había un espacio que otros no estaban atendiendo, o que no estaban haciendo un buen trabajo, y creyeron que su alternativa sería mejor —y que al ser mejor, la gente compraría sus productos y ellos ganarían dinero.
Jeff Bezos quería vender libros por internet porque estaba seguro de que podía ofrecer a sus clientes más opciones y a mejores precios. Sam Walton estaba obsesionado con que los ahorros que podía transmitirle a sus clientes los convencerían de comprar en sus tiendas y que nadie podría competirle. Brian Chesky encontró que había un hueco en el mercado y que si creaba una alternativa a los hoteles, habría muchas personas que eligirán a su empresa, AirBnb, para encontrar donde hospedarse.
Las historias de creación de las grandes empresas son extraordinariamente complejas y para muchos, fascinantes. Y todas tienen en común dos cosas superobvias, pero sin las cuales simplemente no se habría fundado esa organización: siempre hay un momento en el que alguien detecta esa oportunidad y en el cual se obsesiona por desarrollar un modelo que le permita ganar dinero.
Sí, con ganar dinero. No con democratizar algo (ni con “promover la inclusión financiera”).
Claro, es entendible que conforme la organización crece y va convirtiéndose en una entidad en la que trabajan muchas personas, sus responsables quieran definir un concepto que creen que les ayudará a motivar al equipo. El riesgo es que estas definiciones pueden terminar diluyendo el propósito original de hacer dinero.
En el último trimestre me llamó la atención el reporte de una de las grandes cadenas de retail en este país. A pesar de ser un documento muy escueto, limitado, casi una cuarta parte de la información estaba dedicada a unos donativos que habían dado. Por otro lado, sus resultados económicos habrían sido más bien pobres —no alarmantes, pero muy lejos que los de empresas similares.
A mí no se me olvida el ridículo que hice en una reunión con uno de mis inversionistas, la primera vez que estaba emprendiendo. Yo quería presumirle que había mejorado muchísimo nuestra calificación en Great Place to Work. Él me volteaba a ver con cara de incredulidad: ¿cómo estaba yo hablándole de eso, y no de un plan para darle la vuelta al desempeño de la empresa? Justo los resultados del negocio habían sido muy malos.
Mi estimadísimo CEO: qué gusto que hoy la empresa que diriges ayude a “democratizar X cosa”. Qué gusto saber que ya llegaron a tal escala, que la idea que usan para motivar y alinear al equipo es una tan generosa y trascendental. Pero no te engañes: tu fundador creó la empresa porque creyó que era una buena oportunidad para ganar dinero.
No le tengas miedo a esta idea. Sé que vivimos en un país en el que está de moda condenar la generación de riqueza. La solución no es negarlo: es demostrar que lográndolo es como en realidad se le genera valor a la sociedad.