Ante el inicio de nuestro nuevo gobierno, es importante distinguir los actos que desvelan las directrices populistas.
Esto, porque el anterior gobierno populista es el autor de las reformas constitucionales que han establecido un nuevo régimen político.
Hay populismos de derecha e izquierda; ambos tienen dos vertientes: una en la que los gobernantes ocultan en el populismo su carencia de capacidad y preparación; en la otra los gobernantes lo utilizan como estrategia para sus objetivos ocultos.
La primera produce acciones gubernamentales ocurrentes e improvisadas.
Es más grave la segunda, porque los gobernantes con tal de realizar sus propósitos velados no les importa la ruina de sus países.
El populismo como táctica para objetivos ulteriores, es eficaz porque para la generalidad son atractivos y convincentes los políticos que culpan a otros de la desigualdad y la injusticia; y otorgan dádivas inmediatas.
Con tal estratagema en varios países constitucionalmente democráticos, los candidatos una vez electos por sus programas populistas, han impuesto regímenes autoritarios y un socialismo de Estado.
Los populistas son autoritarios y antidemocráticos; usan un lenguaje extremista y polarizador; ofrecen soluciones simples y rápidas para problemas complejos; hacen obras llamativas e ineficientes; explotan los prejuicios y miedos de la gente; desacreditan a sus opositores; y se ostentan como la personificación del pueblo.
En cambio, los estadistas tienen una visión objetiva de la situación, presentan planes gubernamentales realistas y de largo aliento; comunican la verdad; y no ocultan que para el desarrollo y el bienestar son indispensables el conocimiento, el trabajo y el esfuerzo sostenido.
La presidenta Sheinbaum tiene el control del Congreso, la obsecuencia de la mayoría de los gobernadores y pronto prevalecerá sobre el Poder Judicial.
Sólo queda confiar en que gobierne como estadista observando las virtudes platónicas:
Prudencia, justicia, templanza y fortaleza.
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