Una era es un periodo histórico caracterizado por sus formas de pensamiento, creencias y conocimientos científicos y tecnológicos, esto es, por una cultura determinada.
Grandes pensadores afirman que estamos transitando del final de esta era a otra en la que se establecerá un nuevo orden mundial y una cultura con distintos valores y patrones de pensamiento.
Ellos subrayan que las fuerzas que se resisten al cambio chocan con las que lo impulsan, y eso causa, necesariamente, guerras, conflictos económicos, políticos y sociales globales y regionales.
México no es ajeno a tales condiciones, padece el terror de la criminalidad que lo desangra; y la incertidumbre jurídica y la insuficiencia de recursos para pagar el gasto social hacen previsible un colapso económico y social.
Sin embargo, ante tan ominoso panorama, la Presidenta, su Congreso y su partido están obstinados en debilitar o desaparecer el constitucionalismo vigente.
La mayoría calificada en el Congreso anuló la democracia representativa; la reforma judicial revocó implícitamente la división tripartita de poderes, prácticamente gobernaran el Ejecutivo y el Legislativo; y quebranto el federalismo al imponer a los Estados que elijan por votación a sus juzgadores.
Estas acciones a muchos nos parecen una cadena de desatinos porque ignoramos qué propósito tienen y tememos que si existe alguno oculto sea irremediablemente perjudicial.
Así todo parece la razón de la sin razón, esto es, un actuar contra justicia y fuera de lo razonable o lo debido.
Pero tenemos que esperar y confiar en que la Presidenta, con su preparación y capacidad reconocidas, se eleve sobre imposiciones y posturas ideológicas y se convierta en la estadista que el país requiere.
La líder que valore la pluralidad y la inclusión; y con visión de largo plazo conduzca al país al desarrollo y bienestar.
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