Justo en el momento en que el presidente de Rusia, Vladímir Putin, anunciaba que la autorización de Estados Unidos para que Ucrania utilice misiles teledirigidos de largo alcance contra objetivos militares rusos equivalía en los hechos a una declaratoria de guerra entre las dos grandes potencias, en el otro lado del mundo, en la cumbre del G20 en Brasil, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, proponía a las y los dirigentes más importantes del mundo una propuesta de paz vinculada a un programa de contenido cien por ciento ecológico: contribuir a la paz en el mundo a través de un programa universal de reforestación, “Sembrar la paz, no la guerra”.
“Resulta absurdo, sin sentido, que haya más gasto en armas que para atender la pobreza o el cambio climático”, señaló atinadamente nuestra mandataria en el encuentro.
¿Cuál es la vinculación entre la preservación del medio ambiente y la pacificación del planeta? ¿De qué manera la reforestación de éste ayudaría a alcanzar la paz mundial?
Toda guerra produce ante todo una afectación al medio ambiente. Acabar con “el enemigo” es acabar también con su entorno: el hábitat, el conjunto de recursos naturales que dan vida, sustento y protección al “objetivo” por exterminar.
Por ello, el derecho internacional humanitario prohíbe expresamente el uso del medio ambiente como arma, es decir, veta los ataques deliberados contra el medio ambiente natural y, en particular, la destrucción de recursos naturales y el uso de técnicas de modificación ambiental, como los herbicidas, germicidas y ecocidios en general. Asimismo, exige que antes de iniciar un ataque militar se contemple el impacto ambiental que tendrá.
Pero no solo el medio ambiente y los recursos naturales son víctimas pasivas de las guerras existentes. De acuerdo con la ONU y el Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), en 2022, de cada 10 conflictos bélicos nacionales o internacionales en el planeta (que actualmente ocasionan el desplazamiento de más de 80 millones de personas), cuatro son disputas por el control, acceso o distribución de los recursos naturales; el más importante de ellos actualmente es el agua, que se ha visto afectado por el calentamiento global, fenómeno al cual contribuyen también los gases de “efecto invernadero” por la quema de combustible fósil y por el ensayo cada vez más creciente de armas químicas y nucleares.
En su frontera sur, México sufre actualmente el efecto del círculo vicioso que producen el calentamiento global, la sequía en el campo, la migración masiva, la violencia y el crimen organizado que padecen los países del llamado Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador), y que también se reproduce internamente en algunas regiones de nuestro país.
La propuesta de la presidenta Claudia es muy concreta y puntual: destinar el uno por ciento del gasto militar para poner en marcha el programa de reforestación más importante en la historia de la humanidad: “liberar unos 24 mil mdd al año para apoyar a 6 millones de sembradores de árboles, que reforestarían 15 millones de hectáreas, algo así como cuatro veces la superficie de Dinamarca; toda la de Guatemala, Belice y El Salvador juntos, o 30 por ciento de la de Suecia”; es decir, pasar del círculo vicioso de cambio climático-deforestación-migración-crimen-guerra al virtuoso de árboles-oxigenación-arraigo-bienestar-paz.
“Dejemos de sembrar guerras; sembremos paz y sembremos vida”.