Las cuatro letras/ IV

Ciudad de México /
Al padre de Mike le pusieron una madriza en la cárcel que lo convirtió en otra persona. ESPECIAL

Treinta y tantos años atrás al padre de Mike le pusieron una madriza en la cárcel que lo convirtió en otra persona. Cuando se recuperó no pudo seguir siendo el policía siniestro y corrupto de antes. Para imaginar cómo era, basta con conocer al tío Luis, quien sí ascendió por las escaleras de la corporación porque hizo buenas relaciones, por igual, con la maña y con los políticos.

Cuando desapareció la frontera entre unos y otros, el tío se volvió un hombre muy poderoso. A pesar de la distancia monumental, desde el plano ético, que tenía con los Mikes, padre e hijo, el comandante Luis se mantuvo cerca de ambos y cuando su sobrino de cariño decidió convertirse en detective privado, comenzó a pasarle asuntos que al más joven le ayudaban a pagar el gasto de la oficina.

Transcurrieron dos años y Mike tuvo apenas noticia del Jr. y su relación con el cártel de las cuatro letras. Sólo supo, por los medios de comunicación, que había alquilado una mansión en Estados Unidos, lo suficientemente llamativa como para que interesara a la prensa amarillista de México. Ese muchacho no conocía el proverbio chino que previene respecto del clavo que sobresale, porque justo a ese es al que le cae encima el martillo.

El Jr. se defendió argumentando que su esposa era rica y que por eso ambos podían pagarse lujos excesivos. Los periodistas también denunciaron que El Jr., hubiese sido contratado por un constructor a quien su padre, gracias a la influencia política, le había conseguido contratos muy jugosos.

Mike tenía una escala de grises que determinaba su interés en cada tema. Una cosa era que El Jr. estuviera ligado a la organización de las cuatro letras y otra distinta que, gracias al tráfico de influencias, se hubiese agenciado un buen ingreso con un amigo de su papi.

Mike evitó tocar la cuestión con el tío Luis. Después de la última conversación, el detective no quería vincularse, en modo alguno, con cualquier cosa que el amigo de su padre tuviera que hacer para que el cártel de las cuatro letras dejara en paz al Jr.

Supuso, sin embargo, que el hecho de que se hubiese mudado a una mansión tan fácil de identificar quería decir que el riesgo de que la maña volviera a meterse en su vida se había reducido.

El siguiente capítulo de esta historia lo conoció Mike por su padre quien, contra todo cálculo astral, después del evento que le hizo cambiar de identidad decidió meterse de monje budista. El detective se tenía prometido que un día escribiría la biografía del viejo Mike, sólo para contar las contradicciones en las que él mismo había crecido.

Además de la amistad con el tío Luis, Mike padre mantuvo otras relaciones, pocas, de la época en que trabajó para la policía. De tiempo en tiempo se reunía, por ejemplo, con exintegrantes del servicio secreto de Estados Unidos que se habían retirado en México y que, sin embargo, continuaban haciendo algunos trabajitos para los empresarios de ese país, cuyos intereses estaban a salvo gracias a que estos personajes proporcionaban inteligencia y seguridad, en ese orden.

Uno de estos personajes, de nombre Wyborn, confió a Mike padre que el asunto del Jr. se había convertido en un problema para la relación entre los dos países. ¿Cómo creer en el pleito del gobierno mexicano con las organizaciones criminales cuando el hijo de un político tan importante había negociado la participación del cártel de las cuatro letras en las elecciones?

La curiosidad volvió a incendiar al detective. Este expediente se le había quedado clavado como una espinilla madura dentro de la oreja.

—¿Crees que Wyborn quiera contarme lo que sabe? –cuestionó el detective.

—Estoy seguro de que sí. Los gringos se mueren de ganas de que se vuelva público.

Mike padre tuvo razón. Después de comunicarse con Wyborn, a través de un método muy complicado dónde tuvo que enviar una clave de acceso mediante una plataforma, él respondió con una fecha, una hora y un lugar.

Con su copete a la Leo Dan y su barbilla partida, el físico de Mike le ayudaba a caer bien y eso le daba seguridad. Sin embargo, la naturaleza no le concedió mayor estatura. En su defensa solía decir que la inteligencia es una cualidad que se mide a partir de la distancia que hay entre la cabeza y el cielo.

Este rasgo físico importó cuando Mike se encontró con Wyborn, un sujeto que respondía, en todo, a la imagen que uno tiene de los agentes del Servicio Secreto que cuidan al presidente de Estados Unidos. Para continuar con la metáfora de la farándula, Wyborn parecía un Sean Connery viejo, pero aún en forma.

El exfuncionario gringo hablaba el castellano con acento, aunque casi sin errores gramaticales, y es que llevaba viviendo en México al menos dos décadas. Él era una de esas venas de América, pero a diferencia de aquellas del escritor Galeano, Walter era una vena cerrada y oculta que ligaba estrechamente intereses nada pulcros entre las dos naciones que nadie, allá o acá, siquiera imaginaba.

Mike no quiso perderse en la conversación sobre las muchas hazañas profesionales que Wyborn propuso como prólogo, así que lo presionó casi desde el arranque para que le contara lo que sabía del Jr.

El gringo iba preparado y le entregó a Mike un documento.

—Ahí está lo que necesitas. Si te quedan dudas vuelves a buscarme, pero no podré agregar mucho más. Lo que ahí se describe es lo que sé.

Wyborn se puso de pie y la mano pequeña de Mike midió fuerza con la manaza del exagente.

Mike permaneció en el lugar aprovechando que aún quedaba café tibio en su taza, también que no quería dejar para después la lectura de esas páginas.

En unos cuantos párrafos ahí se narran los pormenores de un encuentro que habría tenido lugar entre el secretario mexicano de relaciones exteriores y funcionarios del gobierno estadunidense para tratar, en exclusiva, el asunto del Jr.

El documento era un reporte que Walter entregaba regularmente a un grupo selecto de suscriptores —sus clientes— por lo que Mike no sería ni el primero ni el último en enterarse de lo que ahí se dice.

El apartado más importante es donde los gringos le piden al gobierno mexicano que El Jr. abandone su territorio cuanto antes y discretamente. El motivo: su vínculo con el cártel de las cuatro letras.

La última entrega de “Las cuatro letras” será el próximo sábado. 

Continuará


  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.