Gorrón es un adjetivo que se usa para designar a una persona que vive a costa de los demás. El término es perfecto para nombrar la actitud que tomó el gobierno mexicano a la hora de enfrentar la crisis económica provocada por la pandemia.
Las mexicanas y mexicanos que vivimos al sur del río Bravo nos beneficiamos de las remesas que enviaron nuestros familiares, quienes a su vez recibieron un apoyo considerable gracias a los programas gubernamentales de emergencia financiados por las personas contribuyentes que viven al norte del mismo río.
No es cómodo aceptar la realidad y sin embargo es de gente decente reconocer que abusamos.
Desde marzo del año pasado las remesas comenzaron a crecer en forma espectacular. Solamente entre febrero y marzo de ese año se multiplicaron en 35 por ciento. El flujo durante 2020 superó los 40 mil millones de dólares, una cifra nunca antes vista que salvó de la precariedad a cerca de 3 millones de familias mexicanas.
Este fenómeno continuó en 2021. El pasado jueves 4 de noviembre el presidente Andrés Manuel López Obrador, durante su conferencia de todas las mañanas, presumió que este año el monto por remesas rosaría los 50 mil millones de dólares.
Aprovechó también la ocasión para “enviar un saludo fraterno, solidario, a las paisanas y paisanos, porque siguen apoyando a México.”
¿Cómo explicar este crecimiento tan impresionante en plena pandemia? El lugar común lleva a razonar el milagro, como lo hizo el Presidente, a partir de la solidaridad proverbial de las personas migrantes. Sin embargo, este razonamiento no responde por qué las personas migrantes de Jalisco o Baja California son notoriamente más fraternas que las de Chiapas, Tabasco o Yucatán.
En efecto, ¿cómo explicar que la ciudad que mayor ingreso tuvo por remesas en todo el país haya sido Tijuana y que Jalisco haya aprovechado esta coyuntura para colocarse en el primer lugar entre todas las entidades federativas, por encima de Michoacán?
La solidaridad paisana tampoco explica porqué fueron más generosas las personas migrantes de California o Texas que quienes habitan, por ejemplo, en Nueva York o en Ilinois.
Claramente el crecimiento de las remesas no fue homogéneo. Según reportes de Banco de México, el centro y el centro norte del país fueron notoriamente beneficiados por esta derrama extraordinaria. En contraste, el sur de México sufrió un descalabro importante.
Los hogares del sur padecieron durante 2020 una contracción en el consumo de alrededor de 12 por ciento, el cual se explica, entre otros motivos, por la caída de las remesas.
Además de la solidaridad, otros factores definieron el comportamiento de las remesas: destacan los apoyos tanto federales como estatales, del gobierno estadunidense, entregados a las personas migrantes mexicanas.
El viernes 27 de marzo de 2020 el entonces presidente Donald Trump firmó el primer paquete de estímulos fiscales conocido como el Cares Act (Coronavirus Aid, Relif and Economic Security Act).
A diferencia de la administración de López Obrador, el gobierno vecino se endeudó para inyectar recursos a su economía por 2 billones de dólares, es decir, 10 por ciento del PIB anual de su país.
Con este dinero otorgó préstamos a las empresas, ayudó a proveedores y transfirió recursos a la población general, en particular a quienes quedaron desempleados. Acaso una de las estrategias más ambiciosas fue el estimulo para personas solteras y familias con el objeto de que protegieran sus ingresos y animaran el consumo nacional.
De acuerdo con datos oficiales del gobierno estadunidense, 83 por ciento de la población latina recibió estas transferencias; cabe suponer que igual número de personas migrantes mexicanas fueron atendidas por esta estrategia.
Sin embargo, tales recursos no fueron repartidos de idéntica manera entre migrantes. En California, por ejemplo, las leyes prohíben distinguir entre personas con documentos legales de quienes no los tienen. Esto explicaría porqué las remesas provenientes de California destacaron sobre el conjunto. Y también porqué las comunidades mexicanas que viven en ese estado de la Unión Americana tuvieron mejor suerte, siendo el caso de las poblaciones michoacanas o las de Jalisco.
A este respecto también destaca el caso texano. En ese estado, 50 por ciento de la población migrante mexicana cuenta con una situación laboral regular. Tal circunstancia explicaría porqué también sus comunidades mexicanas obtuvieron apoyos y alguna parte de ese dinero fue enviado a sus familias radicadas en el centro norte y centro del país.
No gozaron de igual suerte las familias de Chicago o de Kansas.
En marzo de este año el total de las remesas volvió a crecer en 31 por ciento respecto del mes anterior. De nuevo coincide este hecho con el paquete de estímulos que, en esta ocasión, promovió el presidente demócrata Joe Biden. Tal como cabía esperar, las remesas se multiplicaron en la misma proporción a los apoyos recibidos por la población migrante.
Suele decirse que estas transferencias entre familias permiten enfrentar los ciclos económicos adversos, son contracíclicas como las llaman quienes saben de economía. En esta ocasión México se vio beneficiado gracias al apoyo contracíclico de las y los contribuyentes estadunidenses que, al solidarizarse con las comunidades migrantes, salvaron la economía mexicana de un barranco peor al que fue arrojado México por la pandemia de coronavirus.
El gobierno de López Obrador pudo evitar endeudarse, apoyar al sector productivo, estimular el consumo, subsidiar a las personas desempleadas y proteger el ingreso de la mayoría de la población, entre otros motivos, porque el gobierno de los Estados Unidos lo hizo por él.
Cabe, sin embargo, preguntarse por lo que habría sucedido si, en vez de haberse comportado como un gorrón con un patrimonio que era de las personas migrantes, el gobierno mexicano hubiese seguido una estrategia similar a la de los vecinos. Muy probablemente a todas las partes nos habría ido mejor o, por lo menos, nos habríamos comportado con mejor solidaridad quienes vivimos de este lado del río. _
Ricardo Raphael
@ricardomraphael