¿Mentiras y secretos?

Ciudad de México /
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Isaac Newton tardó más de veinte años en publicar su teoría sobre la gravedad. Los argumentos expuestos en Principia Mathematica fueron concebidos en 1666, pero no se animó a darlos a conocer sino hasta 1687.

El libro fue un best seller prácticamente desde la primera semana que salió a la venta y colocó desde entonces a su autor en el mapa de las mentes geniales de la humanidad.

Hay versiones distintas para explicar esta tardanza. La que más me gusta es aquella que supone un cálculo de don Isaac sobre la celebridad que iba a traerle su descubrimiento y el deseo de prolongar cuanto pudo los beneficios de una vida discreta. En caso de que esta hipótesis fuera cierta, ¿mintió Newton todos esos años que le tomó decidirse a dar a conocer la ley universal que dio origen a la física moderna?

Según el Antiguo Testamento, a pesar de que conocía la respuesta, el Creador interrogó a Caín por el lugar dónde se encontraba el otro hijo de Adán y Eva. En vez de confesar que le había matado, el asesino respondió con otra pregunta: “¿acaso soy yo el que debe cuidar de mi hermano?” ¿Habría sido esta la primera vez en la historia de nuestra especie que un ser humano intentó guardarse un secreto?

Mentira y secreto son dos palabras vecinas y sin embargo muy distintas. Tan próximas que es muy fácil resbalarse entre una y otra. Por ejemplo, una amiga le confiesa a la otra que ha tomado la decisión de separarse de su marido y al mismo tiempo le pide que no se lo cuente a nadie hasta que la pareja haya tenido la conversación definitiva. Horas más tarde, otra persona pregunta a la amiga que recibió el secreto si ha visto a la primera; para no arriesgarse a revelar lo que sabe, ella afirma que no ha tenido contacto reciente con esa persona.

¿Dónde situar la frontera entre el acto de decir una mentira y el de guardar un secreto? Lo que a primera vista parece una obviedad, en realidad no lo es. Si, en su caso, Newton guardó un secreto, Caín podría defenderse con el mismo razonamiento: él hijo de Adán y Eva, con su elusiva respuesta, sólo intentó aplazar lo inevitable, pero no fue deshonesto.

No es irrelevante pasearse por esta discusión en esta época cuando la mentira ha vuelto a ser popular y al mismo tiempo nos sentimos tan amenazados por las cosas que supuestamente ignorábamos.

Para muchas personas no parece haber diferencia entre mentir y guardar secretos y ambos actos son calificados, sin distinción, como deshonestos. Sin embargo, desde el punto de vista civilizatorio se trata de dos términos radicalmente distintos. Mientras la mentira destruye el transcurrir civilizado de las comunidades humanas, el secreto ha servido muchas veces para asegurar su permanencia.

No sorprende que los mitos de culturas muy distintas hagan referencia elogiosa a los dioses guardianes de los secretos, al tiempo que advierten contra los dioses mentirosos. En la mitología escandinava, por ejemplo, aparece Loki como el responsable de toda mentira y todo fraude. Igual que Caín, Loki asesinó a su hermano, Balder, que representaba la verdad. De ahí que se le identifique como la causa del caos, del desorden social y del robo.

También los griegos tenían a los Pseudólogos, hijos de Éter y la Tierra, como la personificación en el Olimpo de la falsedad y la mentira, provocadores también de la discordia y la división. Hermes es otra deidad a quien también se acusa de ser portador de falsedades.

En una coordenada muy distinta se encuentra el dios que vela por la discreción y el silencio. De origen egipcio, Horus-niño tiene alas y lleva un dedo en los labios. Griegos y romanos importaron esta deidad para crear a Harpócrates, a quien encargaron proteger las confidencias y honrar los silencios.

¿Por qué en Egipto antiguo imaginaron a este dios como si fuera un niño? Quizá porque sabían que hay verdades cuyo conocimiento debe esperar a que la persona esté lista para asimilarlas. El caso más evidente son las niñas y los niños cuya madurez determinaría la información que pueden procesar.

Esto que es cierto para los menores también lo es para el resto del género humano, habrán supuesto los contemporáneos griegos de Alejandro Magno que añadieron como característica de Harpócrates el que tuviera las piernas cortas, acaso porque era relevante advertir también que los secretos difícilmente son eternos: caminan a pasos cortos y la persona que lo porta tiende a cansarse con la responsabilidad que implica llevarles a cuestas durante demasiado tiempo.

Etimológicamente la palabra secreto significa “poner algo aparte”. No significa mentir, sino algo más complicado: omitir cierta información. Tal cosa puede ser en beneficio de otras personas, como en el caso de los menores, o bien en su detrimento.

En uno u otro caso el portador del silencio suele ser la razón del porqué de los secretos. Así como Newton habría guardado veinte años su secreto porque quería llevar una vida discreta, otros querrán ocultar la dirección donde viven, la enfermedad que padecen, los amores que atormentan el alma, los pecados inconfesables, el origen familiar o cualquier otro signo que pueda atentar contra la identidad o la sobrevivencia.

El derecho a guardar silencio, fórmula socorrida del derecho, es polea fundamental de la justicia, de la ciudadanía y por tanto de la civilización. La frase es de William Penn, filósofo inglés del siglo XVII: “es sabio no hablar de un secreto; y honesto no mencionarlo siquiera.”

En cambio, la mentira es la peor de las deshonestidades. Se trata de un acto consciente y deliberado para presentar una versión desajustada de la realidad. Diría Santo Tomás de Aquino: “es la expresión de aquello contrario al propio pensamiento”.

No hay legitimidad que valga a la hora de decir una mentira, porque, como bien sabían los vikingos, la mentira destruye la confianza y, por tanto, la posibilidad de vivir juntos. Es el principio del fin de las civilizaciones.

Entre Loki y Balder, entre Harpócrates y los Pseudólogos, que cada uno se haga cargo del dios al que se arrima. En cualquier caso, algo debe quedar claro: no hay mentira ni secreto que sean eternos. En esto último sí son sinónimos.


  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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