“Badiraguato fue bombardeado por un misil estadunidense”. La frase suena fantasiosa y por tanto impensable como titular de un periódico. Sin embargo, desde la incursión del general Pershing en territorio mexicano para atrapar a Pancho Villa, por allá de 1916, no se había asomado en nuestro horizonte la posibilidad de un ataque extranjero.
Donald Trump ratificó este fin de semana que, a penas tome posesión como presidente, emitirá una orden ejecutiva para declarar a las organizaciones criminales como grupos terroristas.
El cambio en los términos es trascendente. A los grupos terroristas que afectan los intereses de Estados Unidos se les derrota pasando por encima de la soberanía de otros países.
De esto va la amenaza arrojada por Trump: una vez que declare organizaciones terroristas, por ejemplo, al cártel de Sinaloa o al cártel Jalisco Nueva Generación, sus integrantes podrían afrontar contextos comparables a los experimentados por la militancia de Al-Qaeda o los talibanes afganos.
Si bien no pareciera equiparable derrumbar las Torres Gemelas que traficar con drogas o migrantes, el discurso pronunciado por Trump asemeja desde ya a las víctimas del fentanilo con los caídos por obra de la yihad islámica.
Nada esperó Claudia Sheinbaum para reaccionar al anuncio de Trump; ayer afirmó que su gobierno estaba dispuesto trabajar coordinadamente con las agencias estadunidenses, mas no a subordinarse: “no aceptamos injerencismos”, declaró con contundencia.
Si bien declarar al cártel de Sinaloa como una organización terrorista no significa en automático arrojar un misil sobre Badiraguato —población de donde proviene un contingente importante de los líderes de esa empresa criminal—, al proceder de esta manera la Casa Blanca pondrá al gobierno de México contra la pared: o colabora bajo los términos impuestos por Trump, o bien la relación bilateral tocará extremos antes inconcebibles.
Zoom: No hay cómo evitarlo, los cárteles mexicanos dedicados a traficar con droga y personas serán declarados por el gobierno de Estados Unidos como organizaciones terroristas. Después de que eso ocurra, el margen de maniobra en México para no combatirles se reducirá a cero. Así se habrá clausurado de manera definitiva la política “abrazos, no balazos” de la época López Obrador.