Mitos y leyendas

Ciudad de México /

Nos enteramos por el obispo emérito de Saltillo, Raúl Vera, de que Rosario Piedra presentó al Senado una carta de recomendación falsa. “Ese papel membretado donde se utiliza mi nombre, además de ser un diseño malo y oscuro, no existe en mi oficina particular. Que las palabras que ahí se expresan, además de estar mal escritas, ni son mías, ni obedecen mi pensamiento, ni reflejan mi ideología… Declaro en forma contundente que ese documento es totalmente falso y no tiene nada que ver con mi persona”.

Piedra explicó que lamentaba “profundamente estos hechos, y simplemente puedo decir que recibí la carta de adhesión, como recibí muchas otras, y la transmití sin malicia ni mala fe… en el entendido de que era real”. Hombre, claro, porque al encontrar por allí una carta que nadie sabe de dónde vino, firmada por uno de nuestros prelados más reconocidos, una que éste habría escrito y enviado espontáneamente, nomás por el gusto, a la “constructora de esperanza”, como dice la misiva, ¿cómo no pensar en entregarla, sin más diligencia, al Senado de la República?

Al asumir Piedra la jefatura en Derechos Humanos le renunció el pleno del Consejo Consultivo por dudar de su independencia, aunque duda nunca hubo, ninguna: fue puesta allí por López Obrador como uno más de sus floreros, como tapadera muda de la incesante militarización y del desprecio constante por las víctimas característicos del sexenio. Su gestión se ha visto plagada de acusaciones de corrupción e ineptitud, y es universalmente reprobada por las ONG que sí se dedican, en las condiciones más ingratas, a velar por nuestros ciudadanos más vulnerables. El mismísimo Comité Eureka, fundado por la madre de la señalada, se pronunció así: “En general, su actuación parece abonar a la impunidad de los perpetradores del terrorismo de Estado y al discurso oficial de olvido, obediencia debida y punto final”.

Cualquier gobierno medianamente civilizado le hubiera abierto una investigación y la hubiera cesado fulminantemente, pero en México, en vez, la presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Senado, María Celeste Ascencio, debió salir a defender a la caradura, y la justificación no tuvo desperdicio: no exculpó el engaño, sólo dijo que, como la carta llegó tarde, “no le hicimos mucho caso y ni siquiera la consideramos”. La defensa coordinada y a ultranza de ese desfiguro desde el poder no debía asombrar a nadie: en la terna hay otras aspirantes de más valía pero, voluntariamente o no, están allí apenas como esos patiños que durante el yugo tricolor hacían como que le disputaban la candidatura al tapado del presidente para aparentar democracia.

Cuando Piedra recibió su nombramiento en 2019 a los ingenuos se les llenó la boca cantando las virtudes de esa verdadera luchadora social, de esa mujer íntegra y de izquierda, casi tanto como el presidente humanista que, decían, pondría primero a los pobres, repudiaría al PRI, regresaría al Ejército a sus cuarteles y erradicaría toda corrupción. Recuerdo haber pensado entonces que si los mitos y leyendas que nos tragamos los ciudadanos mexicanos fueran alimento, no habría hambre en el país.


  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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