Religiones políticas

Ciudad de México /

Tengo un muy querido amigo que el otro día me reclamó porque —según él— escribo poco de religión y más sobre política, particularmente de la nacional y de AMLO. Le tuve que explicar que mi concepto de religión es más amplio del que comúnmente se tiene de la misma, ligada a iglesias o agrupaciones que se asumen como religiosas; que mi curiosidad va más allá, es decir, que cada vez más me interesa escudriñar los recovecos del mundo de las creencias en general, más que de estrictamente las instituciones que comúnmente catalogamos como religiosas. Y obviamente, eso me conduce al ámbito de la política, donde crecientemente tenemos ejemplos de fe y de veneración propios de un pensamiento religioso.

Religión y política no son dos entes tan separados como nos gusta creer. Hay, de hecho, muchas conexiones. Las formas de creer a veces se tocan y se conectan. Hay creencias religiosas que alimentan posturas políticas y en más de una ocasión la política tiende a volverse un quehacer religioso, en el sentido de algo que tiene que ver más con la fe o con las emociones que con la razón instrumental o con el conocimiento científico de la realidad. Por eso algunos estudiosos han hablado de “religiones políticas”, refiriéndose a aquellos movimientos que generan sistemas políticos (como el fascismo, el nazismo o el bolchevismo) donde las convicciones políticas se transforman en creencias ciegas, alimentadas por una maquinaria propagandística que estrangula la libertad de conciencia, de pensamiento y de expresión.

Michael Burleigh señala en su libro Poder terrenal; Religión y política en Europa, que, en la década de 1930, la expresión “religión política” [o secular] fue adoptada por varios pensadores, como Franz Werfel o Eric Voegelin. En 1932 el primero habría descrito al comunismo y el nazismo como “sustitutos de la religión” y como “formas de fe que son sustitutos antirreligiosos de la religión y no simplemente ideales políticos”. Se generan así nuevas idolatrías, que terminan venerando a un líder, o sacralizando a la raza, al Estado, a la nación o al pueblo. Las señales suelen ser muy claras.

Renzo de Felice, probablemente el mayor estudioso del fascismo, explicaba en su libro sobre las interpretaciones de dicho movimiento, que éste se había impuesto mediante una concepción mística de la política y en general de la vida, basada en el principio del activismo irracional y en el desdén del individuo común, al que se le opone la exaltación de la colectividad nacional y de personalidades extraordinarias, como el propio líder.

El populismo aprendió mucho del fascismo. En otras palabras, la exaltación del dirigente político, convertido en un profeta o en un mesías que anuncia la buena nueva es la clave de esa religión política. Desde esa perspectiva, en México tendríamos que observar la creciente deriva de Morena en esta veneración idolátrica del Presidente de la República. Los feligreses ya no saben cómo agradarle más al profeta de la transformación, sea elaborando y distribuyendo documentales sobre su magnífica trayectoria, sea sugiriendo que su cumpleaños se convierta en día de fiesta nacional. Esto es la nueva religión política de la 4T.

roberto.blancarte@milenio.com

  • Roberto Blancarte
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