La brutal incertidumbre de ser mexicano, esa sensación que se nos enterró desde el sexenio de FECAL y que revivió en las últimas semanas, me recordó que todos compartimos alguna íntima historia de una desaparición forzada, secuestro, asesinato o partida.
Y además, me recordó a Ñeño, un amigo que perdimos hace años, pero no por muerte, sólo un día se fue a Estados Unidos.
Cuando comencé a hablar con él, por messenger, su nick era la palabra “saudade” y varios preguntamos por el significado, sin embargo, como cualquier cuestionamiento a Ñeño, toda respuesta era difusa y cualquier certidumbre se volvía aún más espesa con los años.
Saudade es parte del grupo de palabras que no tienen una traducción directa al español, pero en portugués significa “anhelo por alguien” o “el sentimiento de extrañar a una persona” o también: “extrañar la felicidad que tuviste y que sabes que no volverá”.
Definitivamente he pensado mucho en “saudade” y en Ñeño, como siempre, últimamente.
Cuando no había internet ni páginas de bots que monetizan la nostalgia, no era común hallar este grupo de palabras como ahora, con respuestas sintetizadas y acompañadas de pictogramas de fácil consumo, evitando cualquier acto de misterio por la siempre confiable vereda del conocimiento exprés.
Y cuando hablamos de comunicación y misterio no hallo mejor ejemplo que la filmografía de Jim Jarmusch, la antítesis del Hollywood compacto y repetido, donde cualquiera de sus películas incluyen a personas comunicando con el otro más allá de las palabras: hay disparos, música, miradas confusas, bailes, espressos en dos tazas, pero nunca una frase que lo explique.
A veces simplemente no hay traducción para lo que se quiere decir, pero lo se quiere decir se ha dicho o la manera de transmitirlo, como un espectro, encuentra su manera de aparecer.
Además de “saudade”, la sensación de sentir “algo” en cripto, en reconocer que hay sentimientos que el español-castellano no percibe como tal, volvió años después cuando Deftones lanzó Koi No Yokan, un material raro y espeluznante, pero que como dice Mark Fisher, no por ello terrorífico.
¿Existe una acción sin una palabra que lo manifieste? Si los límites del lenguaje son los límites de cualquier mundo, entonces el virus viene de estas explicaciones que se pierden en el scrolleo, en mensajes que buscan ser iguales, casi siempre en inglés y en un minimalismo ineficaz y anglosajón.
Era el principio del 2000 cuando se podía caminar en las calles del centro de cualquier ciudad a cualquier hora, Ñeño fue invitado a la estética de una mujer trans y nos dejó afuera de un edificio en la madrugada. Nadie encontró la palabra, pero todos estábamos más vivos que nunca.
Y koi no yokan es “la premonición del amor”.
roberto.carson@milenio.com