Rita Guerrero, el documental

Ciudad de México /

¿Quién de nosotros será el próximo en morir? De mi niñez a la juventud solo se morían los viejos. Ahora se mueren nuestros padres y nuestros amigos. Hacía largo tiempo que no veía a Rita Guerrero y me apenó su muerte. Sobre todo porque recuerdo su vitalidad y esos ojos enormes y vivarachos cuando cantaba, gritaba y bailaba a finales de la ya lejana década de los ochenta en los contados antros capitalinos donde se escuchaba música nueva en vivo. Quizá fue la primera tapatía que conocí y en Guadalajara, precisamente, fui a uno de sus mejores conciertos hace unos años. Santa Sabina era ya un grupo de músicos maduros y su repertorio era más bien melancólico, cadencioso, una ola de lamentos, melismas y jadeos arrastrados por el simún norafricano a tierras mexicanas. Poco que ver con las exaltadas canciones juguetonas y new wave que tocaron en la obra América, en la que Rita actuó y donde conoció al resto de la futura Santa Sabina, que entonces se hacía llamar Los Psicotrópicos.

Rita Guerrero murió de la misma enfermedad que torturó y mató a mi madre. Las dos se rebelaron decididamente contra el cáncer pero a las dos, que parecían invencibles, las derrotó después de duras batallas. Imposible adivinarlo. Tanta vitalidad consumida en unos meses. Recuerdo también cómo Naief Yehya y otros amigos reíamos tratando de imitar el estilo de Rita cuando bailaba juntando y separando las piernas, una escena que era a un tiempo sexy y cómica, tan parecida a la pícara Betty Boop y sus tremendos ojazos redondos.

La vez que la conocí fue una noche tibia en la que Alfonso André, Claudio Martínez, Armando Martín “El Pecas” y yo arribamos, después de haber pasado unas horas en el Bar Nueve, a un galerón enorme, detrás del Palacio de Bellas Artes, poblado solamente por cuatro viejas sinfonolas. Una conversación interminable, cervezas y bromas entre éxitos populares del pasado que rebotaban en las cascadas paredes de Las Tecatas.

A principios de 1991 entrevisté a Santa Sabina para La Pus Moderna. El grupo habló de productores voraces y mentirosos, de las letras de sus canciones, de los mediocres programas de la televisión nacional y de su independencia de la industria discográfica. A mi pregunta sobre su peculiar manera de cantar Rita respondió: “Creo que mis letras son fuertes porque se refieren a una época difícil y no nos podemos hacer tontos. Hay mucha gente que lo reconoce y por eso se identifica con nuestro trabajo. Cuando uno le escribe una canción a alguien, en principio puede ser nomás para ese alguien, pero siempre acaba siendo más universal, más abstracta, y predomina el sentimiento. Dice Tarkovsky que la función de los artistas es exponer los conflictos humanos, que cuando no los haya los artistas ya no serán necesarios, pero como siempre va a haber conflictos siempre va a haber artistas”.

En otra respuesta me decía: “Yo sé que no siempre se entiende lo que digo, por deficiencias en el sonido, aunque tratamos de que se oiga lo mejor posible. Tratamos de montar un espectáculo, no un simple concierto: cuidamos la escenografía, la iluminación, nuestra apariencia. No es algo precisamente teatral, son más bien montajes a propósito de las canciones. Queremos crear otra realidad en el escenario, que es un espacio sagrado: ahí siempre va a suceder algo, y si es necesario, tenemos que morir ahí, tenemos que dar todo”. Rita Guerrero hablaba en serio, y hubiera deseado morir cantando a la vida, al amor y a la muerte.

Estos días se presenta Rita, el documental, en el marco de la Feria Internacional de Cine de Guadalajara. De acuerdo con el director, Arturo Díaz Santana, “se trata de un retrato estético-político de México, tomando como hilo conductor la biografía de Rita Guerrero (1964–2011) que se desarrolló en diversos campos, principalmente en la música y el teatro”.

  • Rogelio Villarreal
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