Por primera vez, 13 mujeres ocupan no solamente la cumbre del ejercicio del poder local y nacional, sino agregadamente la principal tribuna de difusión mediática del quehacer político del país.
La presidenta Claudia Sheinbaum encabeza su segunda mañanera acompañada de servidoras públicas, y con ellas llegan más de 67 millones de protagonistas de una nueva realidad imposible de omitir.
En el Zócalo, la mandataria lo había adelantado: la igualdad sustantiva no será retórica, sino un derecho constitucional en el tránsito hacia una nueva patria —¿cuándo será matria?— donde cada una tendrá la oportunidad de ser cuidadora de la otra y reclamar el derecho a una igualdad sustantiva obligatoria desde la ley, el poder y la cotidianeidad de una amplia red de empatía y atención.
Gabinetes paritarios, una Ley Olimpia a nivel federal u otra contra la violencia vicaria, homologación en el tipo penal del feminicidio, fiscalías en todos los estados para combatir y erradicar estos crímenes —abatir la terrible cifra de los 10 diarios a escala nacional—, son tan solo algunos de los aspectos a trabajar.
Rosa Icela Rodríguez, Ernestina Godoy, Citlalli Hernández, Ariadna Montiel integran un equipo federal de eficacia reconocida, aunque aún en el prólogo de enfrentar el poder real de siglos de control patriarcal.
En Ciudad de México, Clara Brugada ya perfila un Sistema Público de Cuidados contributivo del desarrollo personal, familiar, económico, profesional de las mujeres con el proyecto de las 100 Utopías adicionales.
Ellas están en el centro de atención. Sheinbaum en la Presidencia es un poderoso mensaje y deberá pasar a la realidad de la reestructuración del poder. ¿Hay algo más machista que la cultura de los narcos y su localizado imperio de violencia? Para todas y, principalmente, para todos, la transformación no ha ocurrido.
El machismo persiste de la mano de sus primos racismo y clasismo. La figura de Sheinbaum reivindica una lucha de muchos años. Potencializa la expectativa esperanzadora de un nuevo poder de ellas, donde ahora y siempre, pueden ser lo que quieran: abogadas, ingenieras, doctoras, soldadas, artistas, presidentas, pero nunca más ser llamadas sirvientas.
“Es terrible. Eso es del Porfiriato, de la Colonia. Son trabajadoras del hogar y hacen un trabajo digno”, destaca la Presidenta en su mañanera. Si como ciudadanía progresista aspiramos a la transformación es necesario comenzar por el lenguaje.
El cine mexicano de los años 70 cosificaba a las mujeres y las reducía a un objeto de atracción, se burlaban a carcajadas y generaban respuestas misóginas. Hoy está OnlyFans y unas campañitas dispersas minimizadas por la influencia codificadora mayoritaria.
El tiempo de mujeres no es una frase. Es poder cotidiano, público y compartible. Nada más que por ahora es incipiente. Saquemos al agresor de casa. En todos lados. Empecemos, por ejemplo, en Sinaloa.