Veo lo que ocurre en Afganistán y es imposible no encabronarse. Siempre ocurre lo mismo y además, soy un convencido que si en política local nos hacen tontos, ¿imagínate con la geopolítica internacional? Un universo de retóricas ambiguas que estamos acostumbrados a ver por televisión y conformarnos con un cascarón de realidad que difícilmente represente un ápice de lo que ocurre.
¿Tenemos la culpa nosotros? No y por eso hoy no abordaré aquí la dinámica de los medios de comunicación y sí la metodología de países como Estados Unidos para operar con base en intereses específicos, orientar todo el planeta hacia ellos y luego desecharlos cuando dejan de serles funcionales.
Ejemplos sobran y tuve la oportunidad de conocer la mayoría como corresponsal. Desde Irak a Libia y las seudoprimaveras árabes en Siria y Egipto; la ocupación de Afganistán o la injerencia diplomática en el conflicto israelí-palestino; el lobby económico sobre Turquía y Colombia para el manejo de sus fronteras (Siria y Venezuela) o el coqueteo energético sobre Qatar y Arabia Saudita para redefinir la pulseada terrorista en la región.
Y así, muchas otras incidencias de menor intensidad en un tablero donde la asimetría de los personajes siempre ha favorecido la intromisión de las potencias. Ojo, porque esto aplica para China, Rusia y Estados Unidos por igual, aunque nuestro ojo occidental tenga más fresca la intromisión gringa.
Y ya hablando de ellos; queda más que claro que la invasión, ocupación y posterior abandono de Afganistán demostró la típica evolución-involución de la política exterior de un país que primero nos convence que vulnerar la soberanía de un país es algo “necesario” y luego se hunde en su propio pantano donde abundan los intereses económicos y el desinterés genuino por la población afectada.
¿Moraleja? No importa el país que elijas; todos están jodidos luego de la llegada salvadora de Estados Unidos. Apocalipsis social que es muy poco conocido porque las grandes corporaciones mediáticas también le dan la espalda a esos países y nosotros dejamos de “preocuparnos” sobre ellos.
O dime, ¿cuál es la situación en Libia después de cazar a Gadafi? ¿Tienes la radiografía del mosaico inmanejable iraquí? ¿Qué tal Siria, ISIS y lo ocurrido en aquella región? ¿Háblame del Egipto postrevolución?
No tenemos idea porque la exportación de democracias es uno de los modelos más fallidos de la política exterior estadunidense, pero rara vez volvemos a la escena del crimen para hablar con los afectados. Nadie quiere que preguntemos sobre algo que no quedó solucionado. Mejor escóndelo y pasemos a otro país que necesita “ayuda”. Un mecanismo que generó tantas antipáticas en la otra parte del planeta que viejas potencias ahora son alternativas reales para balancear aquella unipolaridad que hoy quedó hecha añicos por chinos y rusos.
Por eso lo de Afganistán es tan angustiante como necesario. Comentario incómodo porque nunca defendería la política talibán, pero su victoria demuestra la pésima gestión estadunidense durante 20 años en un país al que manipuló, exprimió y luego abandonó. La marea talibán arrasó porque los gringos utilizaron 3 mil millones de dólares para establecer una democracia con cimientos de un tejabán. Lo pintó por arribita y lo puso bonito, pero sus inquilinos sabían que no valía lo que el rentero les cobraba. Estados Unidos siempre quiso abandonarlo, pero no supo cómo y fue haciéndose tonto con los aportes anuales, las mejoras sociales y educacionales, y Afganistán se convirtió en un Frankenstein esperando señales de quien quisiera conducirlo.
¿Cómo seguirá esta historia? Pasarán algunos meses y los medios dejarán de hablar de los afganos para sumarlos al mismo cono de sombra de Libia y demás soberanías ultrajadas. Naturaleza cíclica para una política internacional que se repite cada ciertos años y que combina momentos virales con llantos, invasiones y países que siempre serán un medio para un fin de alguna de las potencias de moda.
Por Santiago Fourcade