En mi última entrega expuse los hechos y las razones que me llevan a pensar que vivimos un cambio de régimen político. Hoy quiero ampliar la perspectiva y situar este fenómeno dentro de un contexto más amplio. La "singularidad mexicana" no es tal cuando observamos el escenario global: lo que ocurre aquí es parte de un proceso que se repite en diversos países.
Desde finales del siglo XX y a lo largo del XXI el mundo ha visto el surgimiento de una serie de movimientos políticos englobados bajo el término "populismo". Este concepto, ampliamente debatido en la academia, ha servido para analizar figuras y movimientos tan distintos como el chavismo en Venezuela, el liderazgo de Orbán en Hungría, la radicalidad de Milei en Argentina o la presidencia de Trump en Estados Unidos.
Alberto Olvera, investigador del Iteso, concibe al populismo como una forma de la política contemporánea que tienen varias características que se presentan simultáneamente. En apretada síntesis propia, el populismo utiliza los mecanismos democráticos para movilizar masas, acceder y consolidar el poder. Su legitimidad se construye mediante un discurso que coloca al "pueblo” como una entidad homogénea, opuesta a unas élites corruptas a quienes se culpa de los males sociales. En esta narrativa, el "pueblo" encarna y tiene voz en un líder carismático que concentra la representación simbólica y política.
El populismo estructura la política en términos dicotómicos: buenos contra malos, amigos contra enemigos. Esta polarización excluye a los "enemigos" del debate político legítimo, erosionando el pluralismo que sustenta las democracias modernas. Además, el populismo privilegia la soberanía popular entendida como un poder constituyente capaz de sobreponerse a los poderes constituidos, lo que conduce a una reinterpretación del constitucionalismo tradicional.
Las causas del populismo son también motivo de debate. Factores como crisis económicas, migraciones masivas, avances tecnológicos, el desencanto con la democracia y la desconfianza en las instituciones políticas —en especial los partidos— aparecen como explicaciones recurrentes. Sin embargo, no existe un consenso definitivo que abarque la complejidad de un fenómeno que es, a la vez, global y particular a las circunstancias específicas de un país.
Lo que sí es evidente es que los movimientos populistas suponen una ruptura profunda con la concepción y valores del Estado constitucional de derecho. Nos enfrentamos a una nueva etapa global de reconfiguración del poder, cuyo desenlace aún es incierto y cuyo horizonte y contenido no están del todo claros.
La pregunta central que debemos plantearnos es cómo evaluar estas transformaciones. ¿Generarán crecimiento y bienestar? ¿Reducirán las desigualdades? ¿Cuál es el futuro de las libertades? Estas son cuestiones sobre las que volveremos.