Atravesamos juntos el umbral de lo desconocido la tarde que el otoño entró en nuestra ciudad, llegó con un puñado invisible de muerte, mi amor. Tal vez elegiste irte en esa transición como me dijo alguien mientras lloraba porque ya casi no te movías. La noche anterior no quisiste dormir en mi cama. No te vi al bajar la escalera, ahí estabas todas las mañanas esperándome para recibir tu desayuno. Bajé, te busqué por toda la casa, en la azotea, te llamé muchas veces, nada. Rato después escuché tus pasitos en la escalera, me asomé, apareciste caminando en la terraza con muchísima dificultad, traías un pájaro semi-destrozado en el hocico, un pequeño petirrojo que solía visitarnos, bajaste la segunda escalera tambaléandote, avanzamos…cuando estuvimos cerca depositaste lo que quedaba del ave cerca de mis pies… “para el desayuno…ayer soñé con majestuosos leones marinos de África…quisiera volver ahora mismo a mi patria verdadera: Cuba, ver a Gregorio para ir por un bonito, podríamos comerlo el domingo”…entraste en tu cuarto de armas para limpiar tus dos pronunciados colmillos, no quise molestarte, te veías tan cansado, cazar no es nada fácil. Horas más tarde te encontré desmayado, estabas escondido, tomé tu cuerpo entre mis brazos, te llevé a mi cama. Envolviéndote en las cobijas reanimé tu ser como pude, abriste los ojos, moviste las patas, intentabas levantarte. Estabas tan débil. Llamé al veterinario de confianza, no estaba, después al hospital de animales más cercano. Te dije que te llevaría al hospital, acariciando tu cabeza besé tu frente, preparé la transportadora, el carnet. Al pasar suavemente mis dedos por tu boca me mordiste muy fuerte, lanzaste una fiera mirada. Te pregunté si intentabas decirme que no te llevara, “dame una señal”, con la fuerza que te quedaba te resististe cuando traté de levantarte de la cama. Entendí que ya no querías estudios, ni médicos, ni jeringas. Hablé con el veterinario, llegaría en tres horas para verte, “no morirás entre extraños”. Intenté alimentarte con una cuchara, estabas postrado, cerrabas la boca con la fuerza que te quedaba, desde hacía meses odiabas la comida medicada, últimamente dabas probaditas al pollo tierno que antes devorabas. Imposible olvidar esa última mirada tras terminar la canción que te puse: Ain’t no grave de Johnny Cash, tus ojos miraron hacia la oscuridad, tu rostro volvió a ser el del cachorro feral que fuiste en el paradero del Metro Taxqueña hace más de 17 años, la mirada más digna que he visto en mi vida. Rose & Iggy nos abrieron su corazón & jardín para enterrarte, ella te dio su bendición antes de entrar al sueño de la tierra. Salí a la realidad, no estabas. Un trolebús en Miguel Ángel de Quevedo me llevó cerca de la Biblioteca Central en Ciudad Universitaria. Esa noche me estrellé en un Porsche, acabé en la Cruz Roja, me suturaron. Lo que nos toca en lo más profundo no siempre es alegre. La realidad nos destroza a todos […].
'El otoño recorre Garibaldi: Papá Hemingway'
- Crónica
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Susana Iglesias
Ciudad de México /
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